Capítulo 2: Masoquista.

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No podía evitar llorar cada vez que lo recordaba. Su cabello, cuando pasaba mis manos por él; sus ojos, cuando me veían sólo a mí; su nariz, cuando se arrugaba al momento que hacía muecas que me hacían reír; sus mejillas, al tornarse rosadas por mí; sus manos, cuando las unía con las mías; sus brazos, cuando me rodeaban la cintura o simplemente me abrazaba... Pero sobre todo extrañaba sus labios, al momento de unirlos con los míos o cuando de ellos salían palabras hermosas que hacían que mi piel se enchinara tan rápido como nunca antes. Esos labios que mostraban una sonrisa perfecta que la mayoría de las veces era ocasionada por mi. Extrañaba absolutamente todo de él.

Lo extrañaba a él.

Solía quedarme en mi habitación la mayor parte del día, recordando y recordando. Parecía una clase de masoquista pero es que superar, no estaba en mi consciencia por el momento. Todas las personas me decían que debía dejarlo ir, que debía superar su muerte y seguir con mi vida. Pero el problema es que ellos no me entendían en lo absoluto. No sabían por lo que yo estaba pasando. Cuán doloroso era perder a la persona que amas, con la que planeas un futuro completo. Esa persona con la que quieres formar una familia, ver crecer a sus hijos y después permanecer juntos hasta ser viejitos. Tan arrugados como una pasa. E incluso seguir juntos en la muerte. Así era como yo lo imaginaba.

Mi madre, obviamente, no estaba de acuerdo conmigo, ¿Por qué? Porque ella tenía a mi padre a su lado, así que ella no podría entenderme tampoco. Por las mañana iba a mi habitación para ver si ya había despertado; y así era. 

Despertaba primero que todos, había veces en las que ni siquiera dormía, pero usaba maquillaje para cubrir mis oscuras ojeras. Tenía pesadillas. Pesadillas completamente horribles, me daba miedo incluso ir a dormir. Pero ¿Qué más podía hacer? Mi familia e incluso amigos más cercanos, me decían que debía ser fuerte, y trataba de serlo, pero algunas veces los recuerdos y las pesadillas podían más que yo.

Me estaba volviendo loca.

Por estar tan adentrada en mis pensamientos, no había notado que mi madre me miraba desde la puerta de mi habitación; como solía hacer cuando no escuchaba que hiciera ruido alguno. Tenía miedo de que cometiera cualquier estupidez. Vaya que era inteligente.

-Cariño, ¿Puedo hablar contigo? -Su voz no sonaba alegre como antes. O tal vez era sólo yo. Había algo extraño en ella.

-Claro, pasa... -Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre mi cama. Mi dedo índice sólo se movía en forma circular en la cobija y yo miraba atenta como si fuera lo más increíble del mundo.

Cuando mi madre se sentó justo frente a mi, parecía ser que tenía un montón de palabras en su cabeza que no podían viajar hasta su boca y salir.

-¿Qué sucede? 

-Eso es lo que yo me pregunto, Alice. ¿Qué sucede contigo? -La mirada de mi madre estaba llena de absoluta tristeza. Algo que de verdad odiaba, era verla triste. Me odiaba a mí misma justo ahora porque sabía que ella estaba así por mí.

-No sé porque me lo preguntas si lo sabes perfectamente... -Sentía como las lágrimas luchaban por salir ocasionando ardor en mis ojos.

-Cariño, yo sé que...

-No mamá, tú no sabes nada. No sabes que es lo que siento justo ahora. No sabes cómo se siente que de un día para otro te arranquen a una de las personas que más amas... Tú tienes a papá, tienes aún a tus padres, nos tienes a Will y a mí. -Ahora sus ojos son los que estaban llenos de lágrimas, ella sabía que yo decía la verdad; sólo que nunca se lo había dicho. El arrepentimiento me golpeó muy fuerte al instante. No quería herirla, pero por alguna razón sentía que me desahogaba con ella aunque no de la forma correcta.

-Yo... Yo te he visto desecha estos días que a veces pienso que te perdí a ti también. -Sus lágrimas caían y caían mientras mi corazón se iba haciendo cada vez más pequeño.

-Es cierto, no sé cómo es que tu te sientes justo ahora, pero entiéndeme. A ninguna madre le gustaría ver a su hija justo como estás tú. Eres mi niña. Aquella niña que solía brincar por todas partes. La que obligaba a su hermano mayor a jugar con sus muñecas. La que hacía que su padre la cargara cada vez que iban al parque. La que solía dormirse con tan sólo escuchar unos cuantos párrafos del cuento que yo trataba de inventarme. Pero, ¿Sabes algo? Aquella niña, hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera; siempre, escucha bien, siempre tenía una sonrisa en el rostro. Y eso es lo que más extraño de ella. Verla sonreír.

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