INTRODUCCIÓN

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Tenía unos 8 años cuando mi abuela me regaló, oficialmente, mi primer libro. Gracias a este pequeño, pero significativo hecho, tomé la definitiva decisión de que cuando creciera me convertiría en un escritor y pasaría mi vida entre libros y hojas de papeles llenas de mis grandiosas historias. Claro que mi abuela no supo nunca lo mucho que yo amaba leer cuentos y crearlos, pero aun sin saberlo ese día decidió que por alguna razón yo ya estaba listo para recibir aquel libro, que no era un mero cuento infantil sin ninguna complejidad, sino que era un libro de personas "grandes" como solía llamarlos yo en ese entonces.

Fue una tarde lluviosa cuando mi nana me sentó en su regazo, puso sobre la mesa una caja vieja adornada con flores rosas y extrajo de ella lo que luego sería, mi libro preferido en todo el universo. Lo tomé en mis manos como si acabaran de darme el secreto del universo contenido en ese par de páginas... Y probablemente así era, pero yo no lo sabía aún. Tapas duras avejentadas, los colores tenues de sus hojas desgastadas por el tiempo, pero reluciente y claro, el título se alzó ante mis ojos: El principito.

Luego de haber leído ese libro unas diez veces, (lo admito, no fue fácil entender su mensaje del todo a esa edad) estaba tan feliz que contaba historias acerca del principito a todos mis amigos, incluyendo historias sobre él que no existían en otro lugar más que en mi cabeza. A medida que pasaba el tiempo, me fui inventando no solo nuevos relatos, sino que nuevos personajes en mi mente que se iban entretejiendo solo por el simple hecho de que disfrutaba imaginarme situaciones que podían vivir ellos y que yo probablemente nunca viviría... O por lo menos eso era lo que pensaba en ese momento.

Mi imaginación llegó a tal punto que podía contarle a cada uno de mis amigos, una historia distinta cada día acerca de mis personajes. Era inmensamente feliz siendo ese Hoseok.

Mis padres poco opinaban sobre mi gran interés por la lectura y la escritura. Supongo que creían que eran cosas de niños, nada más; y por mi parte, no me importaba demasiado que ellos aprobaran o no el hecho de que me gustara escribir, imaginar, crear personajes y relatar sus historias. Al poco tiempo comencé a interesarme también por la pintura, ya que a veces no me alcanzaba con imaginarlos, quería ver a mis personajes, quería materializarlos, y no encontraba otra forma de hacerlo que mediante el dibujo. Es decir, ya no solo tenía cuadernos donde escribía párrafos de mis historias sino que ahora tenía mi cuarto empapelado de mis personajes y los albergaba allí con tanto orgullo, como si se tratasen de pequeños trofeos de mi imaginación.

No parecía que estos pasatiempos fuesen a causar daño alguno en un niño, hasta que cumplí 10.

Mis padres acabaron llevándome a un doctor, que ahora supongo era un psicólogo para niños o algo así, ya que según ellos, yo ya había trascendido de inventar cuentos, a realmente creérmelos y vivir en esa fantasía. Y que lo que más les preocupaba tenía que ver con el hecho de que puntualmente me agradaba demasiado uno de los personajes que yo mismo había creado.

No tenía nombre, pero yo le decía Principito. No era el mismo famoso personaje del libro que me había regalado mi abuela, pero en esencia se podía decir que estaba claramente inspirado en él. Era rubio, pequeño, usaba todo tipo de gorros y sombreros, vestía con ropa muy peculiar y sonreía muy a menudo. Su risa era el sonido más bonito que me he imaginado hasta esa fecha ya que luego conocería la risa real más preciosa del mundo, mucho más hermosa de lo que podría haberme imaginado. Pero no adelantemos la historia aún...

Recuerdo que mi Principito era algo así como un amigo que se complementaba con mi personalidad y había imaginado un planeta entero para ambos en donde solía vivir allí con él más tiempo que en la vida misma. Él contestaba exactamente aquellas cosas que yo quería escuchar y no tenía que darle demasiadas explicaciones acerca de nada, porque me entendía perfectamente. Si hoy me preguntaran quien era ese niñito de mi imaginación para mí, respondería que se trataba de una parte de mí mismo, la parte valiente que se atrevía a ser feliz...

La piel de un Principito - VhopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora