Hongbin el ángel confundido.

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Detrás de la belleza, detrás del silencio resplandeciente de una mirada perdida. Detrás de la voz dulce que hace un niño con intensiones varias. Detrás de tu nuca, detrás de la vida misma, allí en un rinconcito diminuto, una maldición.

Pasada las doce de la noche un hombre menudo y alto, de negro cabello sedoso peinaba los largos mechones rubios de su novia. Elizabeth. La chica que había conocido en un consiento de Deth metal.
Desde que se vieron sus vidas se unieron. Ella le compartió sus conocimientos de hechizos y magia negra y él, su eterna devoción, su sumisión extrema. Hongbin era su nombre, un hombre alegre y simpático.  Sin embargo era alguién demasiado inocente, tanto como para corromperse al llegar la noche.

Los gatos negros a la izquierda

El cuervo a la derecha

En medio del pentaculo la vela

Al extremo tu sangre

Y en medio del pecho el esperma.

Pasada las doce de la noche un hombre, a su alrededor varias velas rojas y en medio de la mesa el incienso. Era hora del ritual. Aquel día Honbin y su novia, secuestraron a un niño de lindos ojos verdes. No debía tener más de diez añoS Y estaba tan aterrorizado que su rostro se deformaba en una mueca de horror absoluto. Lloraba como nunca y la sangre ya escurría de sus bracitos atrapados en unas oxidadas cadenas. Elizabeth estaba eufórica.

– ¡Córtalo ya! –Hongbin obedeció, como siempre, con ese aire taciturno que le asistía siempre y cuchillo en mano, fue cortando tiritas pequeñas de la piel del pobre infante que se retorcía con gracia sobre la mesa sucia.

Después de algunas horas, tanto Elizabeth como él estaban cansados. Su hermosa novia se había masturbado sobre el cadáver innumerables veces y él, como siempre, le había visto sin hacer nada, sin sentir ni siquiera algo de placer.

Con la mirada perdida tomó el cuerpo destrozado y lo metió en una bolsa de basura, luego se acercó a la chimenea y lo lanzo ahí, como siempre.

Elizabeth se dió un baño y cuando estuvo lista le beso en la mejilla.

–Ya me voy, nos vemos el sábado amor –. Tras estas palabras la bella mujer desapareció por las escaleras dejándolo solo, como siempre.

La oscuridad le invadía a ratos. Estaba tirado en el suelo, con las manos ensangrentadas, con la cabeza confusa. Siempre era igual, secuestraban a alguien, quien fuera y lo llevan a esa casa alejada de la ciudad para descuartizarlo. Ella siempre hacia lo mismo. Aquello era simplemente para alimentar su eterno fetiche desquiciado, pero Hongbin estaba ciego. No podía ver más allá de esa apariencia dulce que la chica poseía. No podía ir más allá de los gritos de las víctimas.

Hongbin ya no trabajaba, desde que había conocido a Elizabeth no podía salir de casa, solo iban en la noche a buscar víctimas. En el día a Hongbin temía a la luz del sol. Tenía miedo de encontrarse con todos los niños a los que había asesinado y preso de su miedo y decadencia se quedaba horas y horas tendido en el suelo, ojeroso, hambriento y mugriento.

Lo único que le acompañaba en sus largas horas de soledad era el fuego ¡Ah! Ese hermoso y poderoso Dios de destrucción. A Hongbin le gustaba mucho el fuego, le amaba si es que era posible.

Hongbin recibía a diario invitaciones de amigos antiguos para salir a comer o pasar el rato pero siempre los rechazaba, y aunque estaba consciente de que se estaba destruyendo de esa forma, no podía dejar a su bella novia. No podía cambiar el placer de beber esa sangre ni la adrenalina de ver como las victimas perdían la razón por el dolor. Simplemente no podía.

Yerro (Hyukbin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora