Capítulo 1.

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A diferencia de cuando estaba en la universidad, desde que conseguí trabajo como animador no suelo salir mucho de casa. Antes acostumbraba asistir a fiestas casi todos los fines de semana, salir con chicas, beber alcohol, bailar y disfrutar de mi juventud.Pero una vez que me gradué las cosas fueron diferentes para mí. Me levantaba temprano por la mañana, ponía algo de música, realizaba algunos bocetos, desayunaba y trabajaba el resto de la tarde. Salía a caminar, por algo para cenar... A lo que voy es que mi rutina era muy normal, sin excesos ni fiestas. Para cualquiera que me viese ahora y que me haya conocido en la universidad diría que llevo una vida muy aburrida. Después de un rato de estar trabajando, y cumpliendo el sueño de cualquier adulto joven en su sano juicio, ahorré el dinero suficiente para comprar un pequeñísimo departamento, y como no tenía pareja, me fui a vivir solo. Después de eso, y para no terminar dándome un tiro en la cabeza por la monotonía de mi vida, decidí inscribirme a un gimnasio. Me preocupaba que conviviera cada vez menos con la sociedad en general, pero eso me ayudó mucho para ejercitar mi parte social y mejorar mi salud mental. Ir ahí solía darme ideas para crear personajes, y fue así como un día me animé a crear un comic por mero ocio y publicarlo en internet periódicamente. Eso me hizo darme cuenta de que había muchas personas que admiraban mi trabajo y eso me motivó a seguir haciéndolo. Llené un vacío que solía tener, según mi vaga percepción de las cosas. Solía extrañar la vida de la universidad. Convivía con algunas personas e hice amigos, pero era más que un hecho para mí que pasaba mucho más tiempo con mis personajes ficticios que con personas reales; lo cual no me disgustaba, sino todo lo contrario. Me daba la ilusión de que tenía un control absoluto de mi vida. Si se podría decir así, mis personajes me acompañaban a todos lados. Siempre que salía llevaba un cuaderno donde dibujaba y anotaba ideas para mi comic, y de no llevarlo conmigo, dibujaba en servilletas o en cualquier papel que tuviese a la mano. Hasta solía hacer pequeños diálogos entre yo y mis personajes si tenía ganas de conversar sobre algo. Lo cierto es que era una persona muy reservada y rara vez salía en compañía de alguien. Estaba ocupado casi todo el tiempo, ya sea con mi comic, con mi trabajo o con el gimnasio. Siempre tenía la mente trabajando en algo. No tenía tiempo de aburrirme; y en mi solitaria vida era feliz, o al menos eso solía creer. Casi nunca pensaba en la cuestión sentimental simplemente porque me era ajena. Sin embargo, sí llegué a tener una que otra aventura con algunas amigas del gimnasio, como en mis años mozos, pero eran relaciones meramente fugaces; tanto para ellas como para mí, por lo cual jamás llegué a pensar en una relación seria.

Un día, hacía mucho frío y en el estudio me habían dado vacaciones, salí a tomar un café al centro de la ciudad. Casi nunca iba por esos rumbos, así que me encontré con muchas cosas nuevas, desde tiendas de ropa, comida, instrumentos de dibujo, turistas, volanteros...Era raro para mí estar un grupo tan concentrado de personas. Ya anochecía y entré en una cafetería que me agradaba mucho, que hacía tiempo no visitaba. Tenían un pan de dulce excelente y tostaban su propio café. Bebía una taza de café expreso muy caliente en una mesa junto a la ventana. Me entretenía viendo a la gente pasar, algunos apurados, otros paseando, vestidos con la más amplia variedad de colores, llevando consigo diversas clases de bultos. Veía cómo las luces neón de los restaurantes y bares comenzaban a encenderse y a arrojar a la calle sus resplandores rojos, verdes, rosas y azules. Sonaba música de jazz; en el local olía a leche evaporada, a café recién tostado y a esencia de té exótico. Había olvidado mi cuaderno en aquella ocasión, lo estaba comenzando a lamentar bastante. No pude ignorar la sensación de una mirada vigilante sobre mí todo ese rato, pero era un tarde tan agradable que lo pasé por alto y tanto solo disfruté. Saqué una pluma del bolsillo de mi chamarra y comencé a garabatear en una de las servilletas que estaba debajo de mi taza de café. Pasé así un buen rato, pero cuando ya me disponía a ir de allí, me di cuenta de que había por lo menos media docena de servilletas garabateadas por aquí y por allá. Las traté de ordenar nerviosamente y mientras lo hacía, un hombre de mayor edad que yo se sentó a mi mesa, como si yo lo hubiese invitado. Me quedé callado, no supe cómo reaccionar ni qué decir. Él habló primero.

Amor DibujadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora