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Un paso al frente, fue así de simple. Luego otro. Y otro. Miró hacia atrás, y observó sus huellas en la tierra cobriza, huellas que fueron emborronándose cuando una leve brisa imperceptible agitó partículas de arenisca roja que fueron tapando su rastro a medida que avanzaba. Siguiendo un instinto de naturaleza puramente locomotriz, insconsciente, fue avanzando en dirección a un enorme monolito sobre el que no había reparado nunca en cada una de sus visitas al páramo, una vez estuvo lo bastante cerca, extendió su brazo derecho y rozó con las yemas de sus dedos la rugosa superficie de aquella roca de tres metros de altura. Notó una vibración, como si algo fluyera en cascada debajo de aquella piel de piedra, una vibración que fue extendiéndose desde sus dedos hasta la cabeza, llenándole de energía, convulsionando su cuerpo como en un orgasmo y así permació durante 1 minuto, una hora, un siglo, no podía saberlo; cerró los ojos como quien tiene dos párpados superpuestos, un sueño dentro de un sueño, la nuez de Hamlet en su cascarón: y allí estaba, en lugar de la piedra quien se erguía era una mujer joven, desnuda inmaculada y que parecía iluminada por otra luz invisible, ajena al páramo; movía los labios, pero el sonido le llegaba lejano, a miles de kilometros. La voz en off. Era su voz. Y aquellos ojos...
Ya sabes lo que tienes que hacer Pete, hazlo, tienes que ayudarnos...
Estaba sentado frente al terminal de mantenimiento cuando salió de la ensoñación; había sido otro lapso indefinido, otro pequeño vacío en su existencia, demasiado frecuentes en los últimos días como para manterse con vida dada la situación. Pete se pellizcó el puente de la nariz, y tras un suspiro demasiado tiempo contenido, se centró en la pantalla; tenía que anular la cápsula dañada para ahorrar energía, y sellarla debidamente para evitar contaminación ambiental. Eso también le recordó que tendría que usar la lanza de sellado con la placa del techo por donde entró el mutado, aunque los pequeños no le preocupaban demasiado; comprobó los soportes vitales de los otros ocho y se dirigió a la cafetera a servirse otra taza.
Mientras el cargado y caliente café recorría su esófago, Pete tuvo tiempo por primera vez en muchas horas para sentarse y pensar: el LHP no tenía cura, pero se podía prevenir la mutación con las píldoras que habían tenido a bien desarrollar poco después de los primeros "fallos en el control de contención biológica"; nunca hubo contención, ya que el organismo en sí no era dañino y no afectaba a los humanos, nuestro ADN era capaz de acogerlo, pero lo absorbía sin consecuencias, un aperitivo de cromosomas, muchas gracias, creo que voy a repetir. El problema vino después. El LHP, siendo un organismo tremendamente simple, estaba compuesto en un 60% de células cerebrales y, aunque nunca dio muestras de comportamiento inteligente (tampoco tenía demasiadas opciones, en su ciclo vital álgido era como un pequeño canto rodado con poros que transpiraban), sí que era capaz de afectar de algún modo a nuestros cerebros.
Los primeros afectados fueron encerrados en los módulos de psiquiatría porque veían formas de vida imposibles y hostiles (uno sufrió heridas graves, claramente autoinflingidas) en las bodegas 4 y 5. Se les diagnosticó, tras varias pruebas, un tipo raro de encefalopatía. Aún así, Pete revisó las bodegas durante varios días, pero nunca vió nada. Pocos días después, tuvimos que sacar a los pacientes de psiquiatría, disculpe, ha sido un error, ya hemos visto al monstruo y es real, necesitamos todas las manos que puedan portar un arma, sin rencor ¿vale...?
Pero ya era demasiado tarde, casi todos habían comenzado a mutar.
Los últimos científicos con vida descubrieron que el LHP era capaz de activar ciertas partes del cerebro humano que no sólo les permitía obtener sentidos extra (un sexto, un séptimo, incluso un octavo sentido, fundamentalmente multidimensionales) si no que además daba inicio a la mutación; nunca supieron cómo podía ocurrir ya que los pobres técnicos de laboratorio murieron devorados por el cerebro mutado de uno de los pacientes cero, no sin antes haber fabricado unas 200 píldoras antimutágenas, mira tu que agradecidos. Pete pensaba a menudo si sus visiones, sus viajes al páramo no serían consecuencia de la infección, de hecho lo mantuvo en secreto desde el principio, desde el día que embarcó en la Astra. Desechaba la evidencia, ya que el LHP llegó después. Aunque si hubiera dicho que veía a una mujer desnuda en un desierto rocoso extraterrestre cada vez que cerraba los ojos, igual le hubieran estudiado a él en vez de al LHP...
Un pitido sacó a Pete de sus cavilaciones y fué hacia el analizador. Había acabado con las muestras y los datos se estaban volcando en la PDA de Pete, cuando contuvo la respiración: las células de los supervivientes parecían estables, menos una que tenía trazas de mutación. Miro de reojo la cápsula tres, temiendo que en cualquier momento un mutado del tamaño de un humano estuviera allí sentado observándolo, esperando el momento de saltar sobre él y despedazarle. Pero el inquilino seguía plácidamente dormido, o a simple vista, eso parecía. Tendría que repetir la prueba, era imposible ya que ninguno había estado expuesto, era imposible, además no había sintómas de mutación a no ser... Pete hizo un esfuerzo mental, puso todos los engranajes de su memoria en funcionamiento, engranajes demasiado acostumbrados a trabajar para Supervivencia S.L.U. con lo cual el resultado de su concentración resultó en nada: no recordaba haber puesto en marcha el analizador. No recordaba haber tomado las muestras. No recordaba si tan siquiera sabía utilizar el dichoso analizador de partículas.
No te preocupes, todo va bien, Pete... ven conmigo, te lo enseñaré todo.
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Cápsulas
HororCuando lo poco que queda de humanidad en un hombre se convierte en una maldición para toda la raza, la supervivencia cuestiona a la ética. Kenna aun no lo sabe, pero sólo él puede salvar a los nueve supervivientes de la Astra.