C a p í t u l o I

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Una voz alta y clara a la par que irritante fue la que consiguió sacarme de golpe de entre los abrumados sueños que inundaban mi mente. A pesar de estar ya despierto, mis ojos se empeñaban en permanecer cerrados como buenos cumplidores de mis órdenes. De nuevo, volví a escuchar aquella voz y al instante una fría brisa, propia de las fechas invernales en las que nos encontrábamos, golpeó mi cuerpo, el cual segundos antes había sido despojado de la suave y cálida manta compañera de mis sueños.

Entonces sí, levanté mis pesados párpados y miré a mi hermana, que aún agarraba el cierre de la ventana con la mano, ésta abierta de par en par.

—¿Cuándo, Luke? ¿Cuándo vas a madurar de una vez por todas?

Ellie cruzó sus brazos justo por delante del pecho –posición la cual estaba seguro que le hacía creer aparentar mayor autoridad– y esperó a una respuesta mientras me dedicaba una mirada acusadora a la que ya empezaba a acostumbrarme.

—No quiero ir a clase.

—¡No me jodas, Luke! Nadie quiere hacer muchas cosas, pero esa no es excusa para no hacerlas.

El modo en que pronunciaba esas palabras era duro, frío, y a pesar de saber perfectamente que sus intenciones eran buenas, no podía evitar sentirme molesto. Ellie salió de mi habitación y solo entonces me levanté de la cama.

Era así todos los días, ya no me molestaba en poner el despertador para ir clase, así que si no era Ellie la que se encargaba de entrar a despertarme y a asegurarse de que cumplía con lo que se supone que es la obligación de cualquier persona de mi edad -palabras de mi hermana-, lo hacía mi madre. En conclusión: no existía manera alguna de conseguir alejarme de aquel lugar que yo tanto aborrecía.

Ellas no lo comprendían, aunque para ser honestos, no es que supieran lo que en realidad hacía que yo no quisiera asistir a clase. Aún así, no iba a ser yo quién se lo contara.

Como cada mañana, me faltó tiempo para desayunar, por lo que nada más salir de mi habitación fui directamente hacia el autobús escolar que ya esperaba en la parada frente a mi casa. Al llegar me detuve justo al pie de las puertas del vehículo, escuchando las voces procedentes del interior del mismo. Con un chillo el conductor me apremió para que entrase, así que sacudí la cabeza con la intención de eliminar la niebla que se había creado en mi cerebro y que me impidió, durante unos segundos, reaccionar.

Entré en el autobús y con pasos trémulos me encaminé hacia el primer asiento libre que pude encontrar para sentarme en él. Coloqué la mochila sobre mi regazo y saqué de uno de los bolsillos los auriculares para escuchar música, y así pasé todo el trayecto hasta el instituto. Cuando el autobús llegó al aparcamiento me apresuré a bajar, hecho gracioso si lo comparamos con la lentitud que había acompañado a mis movimientos antes al entrar.

Saber que tenía clase de física a primera hora conseguía, de alguna manera, alegrarme en cierta medida. En general me gustaba la ciencia y la mayoría de sus campos, me entretenía, y aunque para mí este hecho significaba una ventaja ya que disfrutaba de mis estudios, para el resto de personas no parecía ser más que una excusa más para entorpecer mi camino. Un camino que cada vez me resultaba más pesado, más insoportable.

Al finalizar la clase de física permanecí en mi asiento a la espera de que el resto de alumnos salieran de ella, y disfrutando unos últimos minutos de la única clase que me gustaba y en la que lograba sentirme cómodo.

Justo cuando estaba a punto de levantarme, como si hubieran sabido de mis intenciones, unos cuantos libros cayeron de golpe sobre la mesa, justo en frente de mí, así que supongo que fue por eso que no pude evitar pegar un bote en la silla sobre la que aún seguía sentado, sobresaltándome por el estruendo.

Al final de la calle #PSweet2k17Donde viven las historias. Descúbrelo ahora