Era martes, y afuera la lluvia caía sin cesar. Había llegado ayer por la tarde, luego de un largo viaje y había tenido la suerte de encontrar un anuncio que le ofrecía justo lo que necesitaba.
Un científico, que tenía su laboratorio en las afueras del pueblo, estaba en busca de un ayudante, ofrecía una buena paga y alojamiento. Era una oportunidad que no podía dejar pasar.
Apenas lo vió, llamó entusiasmado, la reacción por parte del científico fue la misma ya que aparentemente había estado esperando mucho tiempo por una respuesta. Su nombre era Lisetto y por su voz tenía unos 60 años. Organizaron su encuentro para el día siguiente pero lamentablemente el día había comenzado con una tormenta muy fuerte y el laboratorio se encontraba a varios kilómetros de donde el joven estaba.
Con un suspiro salió de la cama y se vistió con lo único que había traído al pueblo, luego de haber escapado de su casa; una camisa celeste con la manga un poco descosida, unos pantalones de Jean, unos zapatos negros que antes pertenecían a su padre y una billetera que solo contenía $3 en monedas y una foto de su familia.
Echando un último vistazo a la ventana de la habitación del motel barato en el que se había alojado y frunciendo el ceño, salió con dirección a la calle y comenzó a correr.