▶ Prólogo.

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Lo único que podía ver eran las siluetas de sus abusadores rodeándolo, pateando el suelo, haciendo que la tierra subiera, lo ensuciara e incluso le entrara a los ojos. Se encontraba tirado en el suelo, tratando de no llorar para no verse más débil de lo que ya lo hacía, pero el dolor en sus rodillas raspadas —causadas por el primer empujón que le dieron—, le dificultaba no dejar escapar una que otra lágrima rebelde.

— ¿Qué ocurre, idiota? ¿No puedes tratar de poner una cara menos horrenda? Me dan ganas de vomitar sólo con verte. — vociferó el más alto del grupo de tres niños, haciendo una mueca de asco.

— ¿Por qué no regresas a tu país? De seguro allí todos tienen la misma cara asquerosa que tú. —el segundo de ellos tironeó de los cabellos al kazajo hacia atrás. — Anda, sonríe un poco. — usó sus dedos para forzar una sonrisa en el rostro de Otabek.

Los tres niños comenzaron a reír mientras el tercer niño derramaba jugo en la cabeza del niño violentado, y esta vez no pudo aguantar las ganas de llorar.

La verdad es que esos niños lo han molestado desde que llegó hace un año a esa primaria; susurraban cosas a sus espaldas, le ponían apodos, se burlaban de él cuando cometía un error en clases o no lograba hacer algún ejercicio en educación física y lo empujaban cuando pasaban a su lado. Pero esta era la primera vez que lo agredían de esa forma.

¿Por qué no se defendía? No se creía capaz de ello, pensaba que si trataba de replicar o devolver el golpe le iría peor. Ellos eran tres y él era solo uno.

¿Por qué no les decía nada a los profesores o a sus padres? No lo creía útil, de seguro no le creerían, o al menos eso le dijeron ellos; también que si se enteraban que abría la boca, justamente, le iría mucho peor. Los otros niños de su clase les seguían el juego de vez en cuando, o simplemente hacían la vista gorda por miedo a sufrir del abuso de esos niños igual que él.

Lo único que podía hacer era aguantar los abusos en silencio y luego llorar en su almohada durante las noches. Estaba solo, nadie le podía ayudar, ni siquiera podía ayudarse a sí mismo.

Entre lágrimas y tierra entrando en sus ojos, pudo visualizar una cuarta silueta borrosa corriendo hacia ellos.

— ¡Ya déjenlo en paz! — al oír esa voz, los tres niños soltaron al kazajo y lo dejaron en el suelo para ver de quién se trataba.

Otabek abrió con dificultad los ojos, para ver a ese niño rubio y delgado, pero a la vez intimidante con esa mirada de soltado que siempre llevaba encima.

—Yuri Plisetsky...— susurró con voz rasposa.

— ¿Qué quieres enano? ¿También deseas un poco de jugo en tu cabello? — preguntó con burla el líder del grupo.

— ¡Son unos idiotas! ¡Llamaré a la profesora!

—Sí, también quieres unos golpes. —se acercó al rubio con la intención de golpearlo, mas no se esperó que este saltara hacia él cual gato huraño a arañarlo y morderlo. Sus compañeros se asustaron de ello y huyeron lo más rápido que sus piernas se lo permitieron. Otabek sólo se mantenía observando estupefacto la escena; no se imaginaba que Yuri tuviera tanta fuerza.

El alboroto fue mayor cuando otro alumno se dio cuenta de lo que estaba pasando y gritó que había una pelea en el patio trasero; toda la escuela se reunió a ver la riña entre Yuri y ese otro chico. Hasta que alguien llamó al inspector, quien los detuvo y los llevó a la oficina del director.

Yuri fue suspendido por lo que restaba de ese semestre, mientras que los tres abusadores del kazajo fueron expulsados al ser descubiertos por las acusaciones de Plisetsky y otros niños. Otabek esperó con ansias el inicio del nuevo semestre para volver a ver a su pequeño salvador y darle las gracias por hacer que su sufrimiento terminara.

Pero ese día nunca llegó.

El primer día, el asiento de Plisetsky estaba vacío, al día siguiente también, y al otro, así hasta que pasó una semana. El mejor amigo del tan esperado rubio preguntó en clase el día lunes por qué aún no venía a la escuela, entonces la profesora informó que Yuri había sido cambiado de escuela.

Otabek no lo pudo creer, al igual que el resto de su clase. ¿Yuri se fue a mitad del año de la escuela? ¿Fue por su culpa? ¿Jamás podrá agradecerle el haberlo salvado?

Lo único que sabía, era que el nombre Yuri Plisetsky jamás será borrado de su memoria, al igual que esa mirada de soldado con la que se encontró el día en que por fin fue libre de los abusos y maltratos de esos niños.

Sólo esperaba, algún día poder decírselo.

  ҳ̸Ҳ̸ҳ  

Primero que nada, gracias por darle una oportunidad al prólogo de esta historia.

    Segundo; las edades de todos los personajes serán alteradas, para que estén acordes a la historia. 

✎Tercero; esta historia tocará temas de bullying/ acoso escolar. Si eres sensible a estos temas, recomiendo discreción.

    Espero les guste la historia. 

Bye~

Con las rodillas raspadas ||Otayurio||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora