Capítulo 7.

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- ¿Ya estás Mery?

- Ahora me visto.

- ¿Todavía?

- Estaba en la cocina ¿no? No soy súper woman mamá – Bill se había cabreado por su culpa y ahora encima tenía que ir sin él a comprar – Esto… ¿Y si lo dejamos para otro día lo de ir a comprar?

- De ningún modo. He suspendido la partida de pádel para ir contigo. Habértelo pensado antes de proponérmelo – y tú haberte pensado antes lo de Gustav, bocazas. Apreté los labios y entré en mi cuarto. No estaba de humor así que agarré los surfers de color verde pistacho y una camiseta de manga corta sin ningún tipo de dibujo, tan sólo de color blanco. Me calcé las chanclas y salí.

- Vámonos – le casi ordené de mala gana.

- ¡Bill! ¡Bill! – Tras varios gritos él seguía sin salir – ¿dónde se ha metido tu hermano?

- No viene – estaba apoyada en la pared de la entrada con los brazos cruzados.

- ¿Cómo que no viene? Si estaba encantado con la idea.

- ¡Pues ha decidido no venir! – dije exasperada y algo irritada.

- No hace falta que me grites. Vamos – abrió la puerta y salió. Esperé varios segundos y entorné un poco la puerta antes de:

- ¡Que sepas que lo de Gustav es mentira y que no te voy a perdonar que no vengas a comprar conmigo estúpido! ¡Bill esta me la pagas! ¡Pienso ir a esa fiesta lo más hortera posible e iré gritando por ahí que soy tu melliza! ¡Te juro que te vas a morir de vergüenza! – no tardó ni dos segundos en asomarse por la escalera.

- ¡No serás capaz! – me amenazó con la mirada.

- ¿Eso crees?

- ¡No lo hagas Mery!

- ¡¿Por qué no debería hacerlo eh?! Ni siquiera me has dejado explicarme así que ahora te jodes. Si vas a esa fiesta eres hombre muerto – abrí la puerta y salí. Antes de entrar yo en el coche él ya salía por la puerta con su inseparable bolso y las gafas de sol. Ah y, por supuesto, una falsa sonrisa vistiendo sus elegantes labios.

- Pero… ¿no decías que Bill no venía?

- He cambiado de opinión – responde él de mala gana. Victoria. Me encantaba sacar mi sonrisa de la victoria. Cosa que Bill odia con todas sus fuerzas. Para no forzar más la situación me senté detrás y le dejé disfrutar del camino en el asiento del copiloto. Después de todo… él era el mayor de los dos.

Tiendas, tiendas y más tiendas. Mamá, como no, se encontró con un par de amigas y nos dejó ir solos a comprar.

- Te voy a llevar a las mejores tiendas – parecía que el cabreo se le había pasado de repente y ahora era otra persona distinta. Cuando le ponían por delante una tarjeta de crédito cargada y la palabra “moda” se transformaba. Daba miedo.

- No te pases, por favor – le supliqué en un susurro. Él me miró y sonrió de esa manera arrebatadora que tan sólo él sabía hacer.

Caminamos varios metros, unos sesenta o así, y entramos en una tienda de ropa pija.

- ¡Buenos días! – exclamó. Me pareció increíble cuando vi una guarda de cinco chicas venir hacia nosotros como locas.

- ¡Bill! – gritaron todas a la vez. A él le encantaba que las chicas le hicieran ese tipo de cosas.

- Vengo con mi hermana y la vamos a cambiar radicalmente.

- Bill… - mi intento de que mi voz pareciera amenazadora sonó más bien como una súplica rota en la voz de una niña de seis años.

Es Gibt Kein Züruck (No hay vuelta atrás)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora