Capítulo 3 - ¡Pelea, pelea!

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Los sábados por la mañana son los días más tranquilos aquí dentro. Casi todos están fuera tratando de aparentar que tienen una vida normal y que no se dedican a robarte hasta el alma en cuanto te descuidas.

Ya han pasado cuatro días desde que recogimos al desconocido de la joyería en la que entramos a robar, pero yo vivo deseando que se largue. El aquí es un peligro más del que ocuparse.

Al principio todos desconfiábamos de él. Bien podría ser algún espía de los dueños del local.
Pero mi hermano organizó una reunión en la que nos explicó que era un amigo suyo de la infancia y blah, blah, blah.

Después de esa reunión todos parecían mas relajados y ya no desconfiaban de él. Salvo yo.

¿Qué hacía un amigo de la infancia de mi hermano desmayado en la joyería en la que íbamos a robar? Demasiado extraño... Lo peor de todo es que la gente de aquí creía cualquier cosa que saliese de la boca de William y nadie se atrevía a contradecirlo.

Varias veces traté de preguntarle a William acerca de su "amigo" pero al parecer siempre tenía cosas más importantes que hacer y me ignoraba completamente.

—Deja de pensar en eso —Mandy me toca la mano y me dedica una de sus sonrisas—, seguro que él tiene sus motivos para no contarte lo que pasa.

—Que no quiere que lo sepa —respondo seca.

—Ya te lo he dicho, tendrá sus motivos.

Asiento con la cabeza. Debo dejar el tema o acabaré por volverme loca.

Hace cuatro días que ese chico está aquí, pero no ha salido de su habitación (cabe recalcar que no la comparte con nadie más) ni si quiera para comer. Tiene hasta servicio exclusivo que le llevan la comida.

—Maldito suertudo —murmuro molesta.

* * *

Estoy lavando los platos de la comida cuando escucho un ruido detrás de mí.
Sobresaltada me giro, encontrándome con aquel, ya no tan desconocido, chico.

—Perdón, no quería asustarte —ríe mientras se agacha para recoger el libro que se le ha caído de las manos.

Lo miro detalladamente.

Ahora que está despierto y de pie puedo confirmar que es bastante alto, el día que le vi tirado en el suelo su pelo parecía negro por la oscuridad del sitio pero no, es de color castaño y está desordenado, sus ojos son de un azul tan claro que podrían pasar perfectamente por grises y tiene una sonrisa sobre sus rosados labios.
Bajo un poco la mirada para comprobar que dedica bastante tiempo a cuidar su cuerpo, sus músculos se notan a través de la fina camiseta que lleva, sin embargo no son exagerados como la mayoría de chicos obsesionados con el gimnasio.

Se da cuenta que llevo un buen rato analizándolo así que enarca las cejas expectante, la sonrisa sin abandonar su rostro.

—No me has asustado —miento, y vuelvo a girarme para seguir con mi labor.

—Estoy un poco torpe todavía —murmura—. Pero lo bueno es que ya puedo salir de la habitación. Estaba empezando a aburrirme.

—Ya —es lo único que digo. ¿Por qué me está contando su vida? ¿Acaso cree que me interesa? Tal vez hace dos horas su vida y el porqué esta aquí me intrigaban, pero ya no.

—Eres Cassandra, ¿verdad?

Termino de secar el último vaso y me giro. Al hacerlo veo que él ya se ha sentado en un taburete de la isla que tenemos en la cocina.

Hate Me!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora