Capítulo 4 - Mal humor

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—¡Se corta así! —grita Mandy en mi oído y yo ruedo los ojos al escucharla. Es tan molesta cuando se pone modo mandona.

—¿Cómo quieres que lo corte? Es muy difícil —gruño empujándola suavemente hacia un lado e intento concentrarme en el trozo de tomate entre mis manos.

Llevaba cerca de una hora intentando preparar la cena, al no conseguirlo me puse histérica y Mandy al ver mi desesperación decidió apiadarse de mí y ayudarme.

Normalmente siempre le cambio a alguien mi turno de cocina por cualquier otra tarea. Una de las cosas que más detesto en el mundo es cocinar. Pero esta vez nadie tiene más turnos, así que me toca cocinar sí o sí.

—Cassandra, para empezar el cuchillo no se coge así —admiro la paciencia que tiene conmigo y es que ni siquiera yo aguanto mi inutilidad para estas cosas.

—Ya entiendo, ya entiendo...

Clavo lentamente el cuchillo en el tomate, pero está demasiado resbaloso y se va hacia un lado, provocando que yo lo clave en la tabla de madera. Vuelvo a gruñir con frustración.

—Quizá debería hacerlo yo... —Mandy suspira y me aparta para coger el cuchillo y procede a cortar el tomate— El tomate se sujeta con una mano, si no lo sostienes fuerte es normal que se vaya hacia un lado.

¿Cómo quiere que lo sujete con la otra mano si así me puedo rebanar un dedo?

Mandy sigue explicando cuál chef en un concurso de televisión, y yo asiento a cada cosa que dice.

Una vez termina con las verduras empieza a aliñar la ensalada, y al ver que eso es mucho más fácil me explica como hacerlo y acto seguido sale de la cocina.

Mi mirada se posa en todos los ingredientes que hay frente a mí. Cojo un pequeño bote transparente con la tapa verde que dice "orégano", recuerdo que Mandy me dijo que lo buscase para echar un poco en la ensalada. Según ella le da un sabor especial.

—Orégano... Mandy es la experta en esto, no voy a cuestionarla —me encojo de hombros y abro la tapa, acerco mi nariz a esta para olerlo, rápidamente aparto la nariz— ¡Ahh, pica!

Me froto la nariz en la manga para aliviar el picor, cuando este pasa ya puedo respirar normal. Estoy a punto de echar el orégano en la ensalada cuando una mano me sujeta fuertemente la muñeca impidiéndome moverla.

—¿Qué se supone que estás haciendo?

Esa odiosa voz ya se me hace familiar. Ruedo los ojos y me doy la vuelta para estar frente a él.

—¿Qué quieres? —mi mirada está taladrándole. Él sabe que no es de mi agrado, pero eso parece darle igual y constantemente está metiéndose en mis asuntos.

—Quiero saber por qué rayos estás echando pimienta a la ensalada.

Río sarcástica. ¿Pimienta? Aparte de idiota, ciego.

—¿Acaso estás ciego? Aquí pone orégano. O-r-é-g-a-n-o —deletreo mientras agito el bote delante de él.

Escucho como ríe y por fin suelta mi muñeca para coger el bote y analizarlo atentamente.

—El orégano no es de este color, es verde —tiene una sonrisa en la cara, esta situación le parece muy divertida y no tiene intención de disimularlo.

No es mi culpa que alguien haya cambiado las especias de sus botes, así que ni me molesto en prestarle atención.

—No deberías poner eso, soy alérgico a la pimienta. Podría morir... —abre mucho los ojos, exagerando lo que dice. Pero rápidamente aparece una sonrisa burlona en sus labios.

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