Parte 1

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Prólogo
Cuando Snape comprendió que iba a morir, tomó la decisión. Otros tendrían que protegerlo a partir de entonces.

A la desesperada, lanzó el hechizo silencioso justo en el momento en que lo golpeaba el cruciatus más brutal que había sentido en la vida. Mientras el mundo se nublaba y después se perdía de vista para sus ojos, sólo pudo pensar en una cosa:

—Que haya funcionado. Merlín, que haya funcionado.

OoOoOoO

Capítulo 1

Hacía tiempo que no se veía tanta agitación en el harén. Las mujeres estaban muy alteradas, pero era comprensible, recibir la noticia de que habían perdido a dos de sus compañeras despertaba toda clase de rumores.

De pronto se abrió la puerta del salón común, las conversaciones se apagaron de golpe y todas las cabezas se giraron en la misma dirección para ver entrar a Olga, muy seria y cabizbaja. En cuanto la puerta se cerró tras ella, su expresión cambió, alzó la vista y sus ojos centellearon durante un segundo con intensidad y excitación.

—¡Ya sé lo que ha ocurrido! —dijo.

Se oyeron numerosas exclamaciones de sorpresa y Olga se vio inmediatamente rodeada por sus compañeras. Ella se sentó sobre sus talones en el suelo alfombrado para explicar lo que había descubierto.

—Resulta que Hevia cometió la imprudencia de revelarle a Adele la identidad del prisionero.

Tres o cuatro chicas se taparon la boca con la mano, atemorizadas, parecía que quisieran silenciar sus propios secretos.

—Pero... pero está prohibido —musitó una joven pelirroja en voz baja, como si temiera que alguien pudiera oírla. Todas sabían las consecuencias de romper una prohibición.

—Pues eso —dijo Lorna, con el aire satisfecho de quien ha advertido muchas veces de un peligro que termina por volverse realidad—. ¿Y sabéis qué hizo Adele? —Algunas muchachas negaron con la cabeza con vehemencia, igual que niñas escuchando fascinadas un cuento antes de ir a acostarse—. Pues la muy zorra fue a denunciarla a los centinelas.

Se oyeron gritos indignados y sonoros insultos por toda la sala.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó una.

—Por Pandora, que se lo ha oído decir a los centinelas. Parece que la intención de Adele era cambiar esa información por duchas con agua caliente durante todo un mes —más murmullos indignados—, pero le salió el tiro por la culata, porque cuando los centinelas se enteraron de que ella conocía la identidad del prisionero, decidieron matarlas a las dos.

Gritos de horror, alguna lágrima por la incauta compañera que había sido traicionada y más insultos hacia la traidora.

Entre todas las voces, un susurro apagado llegó a la oreja de una sola mujer.

—No puedo creer que condenara a muerte a su protectora por ducharse con agua caliente durante un mes. ¡Ni siquiera para siempre! Sólo durante un mes. ¿No te parece horrible, Nadine?

—Es horrible —aseguró la aludida—. Pero aquí estamos todas desesperadas.

La joven se giró a observar el rostro de su protectora con ojos desorbitados.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Es que tú serías capaz de hacer algo así? —dijo horrorizada.

—No, te estoy diciendo que todas las que estamos aquí lo seríamos, tú también, si llegaras a tu límite. Por más que griten y se escandalicen por la traición de Adele, ellas hubieran hecho lo mismo en su lugar. Todas tenemos un límite a partir del cual seríamos capaces de hacer cualquier cosa.

Mi fiel traidorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora