Parte 15

982 75 51
                                    

Muchas gracias a todos los que dedicáis vuestro tiempo a leerla y en especial a las que os habéis tomado la molestia de dejarme vuestros comentarios.

OoOoOoO

Capítulo 15

Sandra se quería morir. ¿Cómo podía haber pasado de la gloria al infierno en sólo un segundo?

Mortificada, se levantó de la cama con rapidez y, de espaldas a Snape, se cubrió con una bata que había puesto sobre la silla, intentando ganar tiempo para saber qué decir. Sentía las mejillas arder y no por el deseo que acababa de liberar, sino por la vergüenza.

Volvió a girarse hacia él y se le acercó con forzada naturalidad. Quizá no había visto nada; al fin y al cabo, estaba bastante oscuro.

—¿Que... —La voz le salió áspera y se interrumpió para aclararse un poco la garganta—. ¿Querías algo? Si necesitabas alguna cosa sólo tenías que llamarme y habría venido enseguida...

El hombre no dijo nada, sólo se la quedó mirando en la penumbra, con expresión indescifrable. ¿Cuánto rato debía llevar allí?

Sandra sintió que las piernas le flaqueaban por el nerviosismo y llevó una mano al pecho del hombre para no perder el equilibrio.

—Puedo... puedo traerte algo de beber, si tienes sed —ofreció, con voz débil—. O buscar algún libro para que te distraigas, si no puedes dormir. O pedir otra manta, si tienes frío... sólo dime... dime lo que deseas y te lo daré.

Pero él siguió sin contestar y, a pesar de la vergüenza que sentía, Sandra notó la excitación crecer en ella de nuevo, como si no hubiera servido de nada su breve sesión de autosatisfacción. Acarició el cuello del albornoz de Snape con dos dedos, sin decidirse a soltarlo, los nudillos rozando su piel ligeramente, sintiendo la boca seca y el sexo húmedo de deseo por él.

—Dime qué puedo hacer por ti —repitió, incapaz de soportar más aquel silencio—. Por favor, dime... dime algo.

Él se inclinó un poco sobre ella y su nariz rozó suavemente la de Sandra; después recorrió su pómulo hasta la oreja, provocándole un jadeo involuntario, y susurró, haciéndola estremecer:

—Deseo que digas mi nombre. —Y se apartó de ella lo suficiente para observar su rostro con aquellos ojos penetrantes y oscuros.

Sandra tragó saliva, sintiendo los latidos del corazón del hombre bajo la palma de la mano. Sumergida por entero en aquella mirada, que la envolvía como un manto cálido. Notaba la boca seca y le costaba respirar, pero no había ningún lugar en el mundo en el que prefiriese estar que allí mismo.

—Severu... —dijo, pero la última "s" quedó ahogada en el feroz beso de Snape, que la tomó entre sus brazos con ansia. Sandra sintió que se derretía en sus manos como si fueran de fuego y ella de arcilla, moldeable, elástica y dúctil. Se vio presa de una pasión voraz e incontenible y se apartó un poco de él sólo para arrancarle el albornoz que lo cubría y así poder ver bien su cuerpo. Se acercó a su torso y lamió con la punta de la lengua una de las cicatrices más profundas que lo surcaban. Entonces él la apartó de nuevo para quitarle la bata también y después se abalanzó sobre ella. Cayeron sobre el colchón y Snape se lanzó a probar sus pechos con impaciencia, chupando sus pezones con deleite y deteniéndose un instante para besar un pequeño lunar que Sandra tenía bajo el seno izquierdo mientras una mano viajaba hasta su sexo, apoderándose de la ardiente carne y haciéndola gemir con desesperación.

—Entra en mí —rogó ella, incapaz de soportar por más tiempo las ganas de sentirle dentro—. Por favor, entra en mí. Te deseo.

Pero Snape demoró el momento un poco más. Le sujetó los brazos por encima de la cabeza, contra el colchón, y provocó que se estremeciera de la cabeza a los pies al lamer su cuello con la punta de la lengua mientras su polla, dura y palpitante, se burlaba de ella acariciando la entrada sin decidirse a embestir.

Mi fiel traidorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora