Capítulo 2

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       Acaricio la piel de Shiro, enamorada de su color negro carbón y de su pelo largo. Le susurro algunas palabras relajantes para que no se ponga nervioso, lo cual casi siempre funciona, pero hoy parece que está más inquieto que de costumbre. Acabo de ponerle la silla cuando le da una patada a la puerta.

Supongo que le estoy transmitiendo mi nerviosismo. La conversación del abuelo y ese hombre no para de rondarme por la cabeza. ¿A qué viene eso de que el abuelo le debe dinero? Y en caso de que se lo diera, ¿Qué haría con él? Los bancos están totalmente deshabilitados y la ciudad más próxima está a varias horas a caballo. Me pregunto para qué lo querrá y como llegó el abuelo a dárselo.

Shiro me da un mordisquito en el hombro, haciendo que salga de mis pensamientos.

—Vamos, relájate. —Intento que se calme un poco, sin mucho resultado.

Cojo la cuerda vieja que uso como rienda y lo saco fuera, pego un salto y me monto con facilidad. Como de costumbre, él se pone a galopar sin previo aviso y sin que yo se lo indique, obligándome a cogerme con fuerza a su pelo para no caerme.

Me paso media hora trotando por las calles desérticas, notando como el sol me calienta la piel. Hoy hace bastante calor, así que me dirijo por un callejón en el que toca la sombra. Me asusto cuando Shiro se detiene de golpe y retrocede unos pasos. Lo acaricio y decido dar media vuelta cuando oigo a un caballo relinchar a lo lejos. Cuando quiero darme cuenta, mi caballo ya me está llevando calle abajo.

Miro las casas y no puedo evitar sentirme realmente sola. No hay ni una sola alma habitándolas y la maleza se ha adueñado de la mayoría de estas. La carretera también muestra señales de dejadez y cada año que pasa hay más grietas. Solo se escucha el viento chocar contra las hojas de los árboles. Tampoco puedo evitar pararme a pensar dónde estarán todos los vecinos, si estarán pasando hambre o viviendo en una casa decente, o si simplemente estarán bien. Aún recuerdo algunas de las personas que vivían en este barrio, a la mayoría no las conocía mucho, pero por lo menos podía hablar con alguien.

—Hola.

Me giro sorprendida y me encuentro a Aiden cargando con una silla de montar. Me sorprende verlo por aquí, la casa de su tío está a varias manzanas de aquí. Me quedo mirándolo y me fijo en que tiene el pelo ligeramente húmedo y las mejillas sonrojadas por el esfuerzo. Me doy cuenta que lo estoy mirando demasiado otra vez y con nervios me aclaro la garganta.

—Hola.

— ¿Dando un paseo?

No tengo oportunidad de contestar porque a Shiro se le ha ido la olla y ahora está intentando entrar en su propiedad, o lo que creo que es ahora su casa. Intento frenarlo, pero en vez de conseguir que me haga caso, solo consigo quemarme los dedos al intentar tirar con fuerza de la cuerda. Cuando tiro por cuarta vez, esta cede y se rompe por la mitad, dejándome si nada a lo que agarrarme.

Miro durante un segundo a Aiden con desesperación y veo que está mirando a Shiro entre divertido y asombrado.

Me cojo a su pelo y dejo que me guie. Hago una mueca al ver que se acerca trotando un caballo marrón. Shiro no me hace ni puñetero caso y yo solo me pongo más nerviosa al ver que se va acercando. Sin previo aviso, él se levanta sobre sus patas traseras y yo siento que no me agarro con suficiente fuerza. Lo siguiente que sé es que mi espalda choca contra el duro suelo y noto como el golpe saca todo el aire de mis pulmones. Me incorporo y suelto una maldición mientras intento que mi corazón desacelere.

—¿Estas bien? —pregunta Aiden acercándose a mí corriendo.

—Sí, eso creo. —digo mientras él me ayuda a levantarme mientras me froto para quitarme la tierra de encima.

El secreto de las auroras borealesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora