Capítulo 4

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     Toda mi vida ha sido un sin fin de emociones fuertes.

Casi nunca tengo un momento de tranquilidad para poder dedicarme a mí. Todo mi tiempo y esfuerzo se lo dedico a alguien más, si no es mi abuelo es a Jona y si no, es la granja o la falta de comida y agua. Y en mis veinticinco años de vida nunca me ha molestado.

Hasta ahora.

Me encuentro en mi habitación, delante de mí polvoriento espejo, mirándome fijamente. La verdad es que nunca me he preocupado por mi aspecto, simplemente porque tenía cosas más importantes en las que pensar. Ahora, de hecho, debería de importarme más el viaje que voy a hacer y no la ropa que voy a llevar.

Sin embargo, mi celebro opina de una forma distinta.

De fondo oigo como mi abuelo me llama a gritos, pidiéndome por tercera vez que baje a desayunar. Y, a pesar de los gritos que pega, yo sigo delante del espejo con mis propios problemas existenciales. Suspiro pesadamente, deseando por lo menos estar cinco minutos sola en la casa.

¿Qué leches voy a llevarme? Porque literalmente no tengo nada.

¿Y se puede saber qué voy a hacer cuando esté en mis días? Porque normalmente cuando estoy en esos días del mes, me encierro en mi cuarto y no veo la luz del día a no ser que haya una emergencia.

Las cosas que antes no me suponían ningún tipo de problema ahora me están explotando en la cara y no se me ocurre nada que pueda solucionarlos.

Lo que daría por un buen consejo materno ahora mismo.

—¡Lena, como no bajes ahora mismo subiré yo y con lo viejo que soy te arrastraré por las escaleras hasta la cocina!

Mi abuelo siempre ha sido un hombre un poco dramático.

—¡Ya voy!

De camino a la puerta cojo la camisa de tirantes y me la pongo.

Cuando entro en la cocina el abuelo ya está sentado en la mesa, con un destornillador en la mano, intentando montar una batería.

—Sabes perfectamente que no vas a hacer que funcione. Llevas con ese trasto des del principio de los tiempos.

Él ignora mi comentario y veo de reojo como sus manos no dejan de girarla, desmontando piezas y volviéndolas a montar. Un montón de tornillos están a su lado, juntamente con un pequeño aparato. Me dispongo a quitarlos del medio cuando mi abuelo decide levantar la cabeza.

—¡No lo toques!

Lo dejo de nuevo y levanto las manos de golpe, asustada por su repentino grito. Lo miro y al ver su cara asustada una sonrisa asoma en mis labios.

—¿Es que va a explotar o algo así?

Deja la batería con sumo cuidado y coge el aparato, dándole vueltas y cogiéndolo como si le quemase.

—No vas por mal camino. Tu hermano lo ha encontrado esta mañana en el bosque, cerca del arroyo. No sé cómo no lo hemos encontrado antes y tiene pinta de que ha estado sobrecalentándose. Podría explotar en cualquier momento si lo movemos mucho.

—¿Estás de broma no? —pregunto horrorizada. —¿¡Lo has metido en casa sabiendo que puede explotar!?

Me devuelve la mirada con una gran sonrisa satisfactoria en los labios.

—No te preocupes, primero tengo que abrirlo y ver que la carcasa no esté dañada. Con un poco de suerte estará intacto. Nunca se sabe cuándo se pueda necesitar uno de estos. —Estaba tan emocionado como un niño jugando con sus juguetes. —De momento nadie lo va a tocar.

El secreto de las auroras borealesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora