De ajedrez y otras crueldades entretenidas

4 2 0
                                    

​Sandra se encontraba en casa de su tía Carmen, jugando con el primo Jorge. Él la había llamado para contarle que al fin logró conseguir el último juego de aquella serie de zombies que tanto les gustaba, “ven a mi casa y lo estrenaremos” le había dicho Jorge y ahora ambos se encontraban concentrados en el juego, sentados en el piso de la sala, con los ojos fijos en la televisión y no en los controles cuyos botones presionaban con ánimo feroz.

El volumen estaba muy alto. Con cada golpe de machete o disparo de rifle, se escuchaban huesos rompiéndose, cuerpos siendo cercenados y la tía Carmen se escandalizaba. Ella jugaba, sí, pero no ese tipo de juegos. Adoraba los juegos de mesa. El ajedrez era su favorito. 

Había participado en varias competencias cuando era una adolescente y ganó en varias de ellas. Su esposo no era muy buen oponente, nunca lo fue. Ganarle era muy fácil, en ajedrez claro. Si se trataba de Monopoly, su marido era el campeón invicto de la familia. La tía Carmen necesitaba oponentes buenos, así que cuando Jorge tuvo la edad necesaria para entender sus instrucciones, le enseñó a jugar y aprendió bien. 

También había enseñado a Sandra y también lo había hecho bien. Cada fin de semana la invitaban para jugar unas cuantas partidas y la pasaban bien… hasta que su marido regaló un PS3 a Jorge. Las partidas de ajedrez fueron cesando hasta verse reemplazadas por torneos de play y a la tía Carmen no le hacía gracia aquello. Los juegos que compraban para competir eran muy violentos a su parecer.

Oír esos sonidos crueles la hartó al fin y no pudo evitar ir con paso firme a la sala a pedirle a Jorge y Sandra que dejaran de jugar con cosas violentas.

- ¡Es inhumano y violento! -dijo la tía con un tono duro que escondía algo de frustración.

Al toque; Sandra pidió a Jorge que tomaran una pausa.

- Juguemos ajedrez. -dijo Sandra- la primera partida la jugarán ustedes y la última la jugaré yo contra quien gane.

Jorge puso pausa, molesto, pero se prestó a la propuesta de su prima. 

La tía Carmen sonrió satisfecha, trajo el tablero a la mesa y acomodó ella misma las piezas en los cuadritos.

Sandra los observaba jugar y la partida terminó muy rápido. Jorge se dejó ganar y Sandra lo reprendió con dureza por haberlo hecho.

- Regresaré a casa si no juegas con seriedad -amenazó.

Jorge obedeció de mala gana. Sandra tenía dos años más que él y también era aterradora cuando se enojaba. 

Nunca comprendió cómo podría llegar a ser tan espeluznante una mujer enojada y Sandra daba más miedo que los zombies del juego cuando algo la enfadaba.

Jugaron alrededor de treinta minutos y, tras varias jugadas, Jorge perdió. No se dejó ganar esta vez. La tía reía, contenta. Jorge había disfrutado la partida, ella estaba segura de eso.

Sandra tomó asiento en el lugar de su primo.

Movió un peón dos cuadros al frente, la tía movió otro, Sandra puso un cuadro al frente al peón de la esquina izquierda y la tía sacó de su lugar al primero que había movido Sandra.

- Lo que jugamos con Jorge es cruel, te concedo eso, tía. -habló Sandra mientras continuaba la partida.

- Lo es y no le encuentro lo divertido. Cuerpos destrozados, sangre de aquí para allá… es horrible. -respondió.

- Sí, pero distrae. Es horrible, pero distrae. No lo jugamos porque sea horrendo o cruel o queramos alimentar algún morbo. Es algo así como una aventura.

La tía rió con burla, pero a Sandra no le importó. Siguieron jugando mientras hablaban.

La partida había cumplido una hora cuando Sandra tumbó al Rey de la tía Carmen. Ganó el juego. La tía disfrutó la partida y también la conversación que mantuvieron mientras jugaban.

Sandra siguió en su lugar, Jorge permaneció sentado en el suelo esperando ver qué pasaría a continuación.

- Nuestro juego es cruel e inhumano, pero el ajedrez también lo es. Sacrificamos nuestros peones, caballos, torres,  alfiles, incluso a la Reina para mantener a salvo al Rey. ¡Que se mueran todos menos el Rey! Además de cruel, machista. La Reina se mueve donde quiere, puede luchar más, pero igual debe sacrificarse cuando el Rey está en peligro, un Rey que sólo puede moverse un cuadrito al frente, otro atrás, otro a sus esquinas y a sus lados. Un cuadradito con un punto en el centro lo describe a él y a sus movimientos. Es una porquería, pero igual hay que sacrificar todo para salvarlo. Me pregunto los sonidos que dejarían escapar las piezas al momento de ser sacrificados…

Sandra hizo una pausa. La tía Carmen tenía el rostro triste.

- No digo que el juego es una porquería, no lo es. Así de cruel como es, también es divertido y muy entretenido. Lo que quiero decirte, tía, es que la vida misma es un juego cruel, puede que incluso más que el ajedrez y aquel juego de zombies que tanto odias. La vida te da y te quita constantemente. Te muestra algo hermoso y cuando lo ves, te acercas y cuando estás muy cerca, lo tocas y cuando lo tocas, lo pruebas y cuando lo pruebas, descubres que te gusta y que lo quieres tener y cuando por fin lo tienes y lo estás disfrutando; la vida te lo quita. Así sin más. Pero somos humanos, tenemos esperanza y eso la vida no nos la quita fácilmente. Mientras se tenga esperanza, se puede vivir aún cuando la vida sea tan cruel como un juego de zombies o de ajedrez, aunque el último es más cruel por machista. -terminó de hablar soltando una carcajada.

Se levantaron de sus asientos. Jorge y Sandra regresaron a continuar con el juego que dejaron pausado. La tía Carmen se sintió algo fastidiada. 

Pensaba en que la adulta allí era ella, “los adultos son quienes enseñan a los más jóvenes” le decía su padre muchos años atrás y lo tenía como una verdad inquebrantable hasta que su sobrina de 20 años la derrotó en un juego cruel y machista y le dio un nuevo concepto de la vida en una partida de aquel juego que ella misma le enseñó a jugar.

- Llamaré a tu madre para avisarle que te quedarás esta noche. ¡Exijo una revancha! -dijo la tía a Sandra mientras se dirigía al jardín, riendo entre dientes.

Más que por la revancha, era por curiosidad.

Sandra no había dicho todo lo que tenía que decir y la tía tenía ganas de escucharla, también de aprender aunque su orgullo de adulta se viera afectado.

Diez relatos Y Un divagueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora