Fuego y Sangre

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[Zuko]

No dije nada a nadie sobre mi encuentro con Azula. Ella quería hacerlo personal y yo no deseaba herir a más persona. Esta noche había perdido a mi esposa e hijo, ahora Izumi era lo único que me quedaba.

Azula había sido muy clara sobre el lugar de la cita; la sala del trono. Ahí había iniciado todo hace tantos años. Era justo terminar todo ahí.

Ordene a las Guerreras Kyoshi buscar cualquier pista alrededor del palacio para mantenerlas ocupadas. Suki se negó a déjame solo, por lo que tuve que ser duro con ella.

—¿Crees que necesito de una estupida niña para cuidarme? Ya has fracasado esta noche Suki. Solo mantente lejos de mi vista...

La chica no tuvo otra opción que marcharse.

La sala del trono estaba en silencio. Las antorchas estaban apagadas, permitiendo que la oscuridad inundara cada rincón. Mis pasos levantan ecos en cada esquina. Sé que Azula no me atacará de improvisto. Ella quiere volver esto su espectáculo, alardear ante mi. Disfrutar el dolor en mis ojos antes de terminar con todo...

Es como un juego para ella.

Llego al centro de la habitación. Mis ojos intentan encontrarla. Por un momento siento miedo. ¿Y si ella no está aquí y me equivoque? ¿Si era demasiado tarde para Izumi?

—Zuzu...

Un escalofrío recorre mi columna.

Su voz me lleva al pasado, cuando era de noche y mi hermana entraba a mí habitación a escondidas. Siempre le tuve miedo, a sus dorados ojos de serpiente y voz dulce envenenada. Me amenazaba con incendiarlo todo, reducirme a cenizas en la plana de su mano, hasta hacerme mojar los pantalones. La mañana siguiente disfrutaba humillarme frente a mi padre; demostrar lo blando que yo era y lo poderosa que ella podía ser.

Pero hay algo más. El temor que antes sentía ahora se ha ido. Solo siento desprecio. La sensación de compartir sangre con ella me provoca nauseas.

Cometí un error al no terminar con su vida hace mucho. Un error que no volveré a cometer.

—¡Muéstrate!—mi voz es demandante. Mis manos se cubren de llamas, pero aún así no hay luz suficiente. Ella está en cada sombra que baila, en cada susurro, presente en todas partes y en ninguna a la vez.

—Pequeño zuzu... tan débil e inseguro...

La luz atrapa su movimiento. Se oculta entre los pilares del salón. Y ahí está, traída de mis peores pesadillas. Le ha vuelto a crecer el cabello, negro como la noche misma, en contraste con su piel blanca. Sus movimientos son perfectos, cada músculo en armonía, pero hay algo en su mirada que no está bien, algo que no está bien con ella y su mente.

Sus esbeltos dedos cubiertos de un rastro de sangre seca acarician el pilar en el que se oculta con delicadeza. Los años la han cambiado, pero se sigue mostrando cómo un monstruo para mí.

Lleva la antigua ropa de la Nación del Fuego; roja, oscura y con decoraciones doradas, ceñida a su agraciado cuerpo, con botas de cuernos negro cubriendo sus piernas. Imponente, como la princesa que es; como el Señor del Fuego que pudo haber sido. Su cabello está decorado por la corona que antes era de Mai, un broma cruel.

Cuando ella se da cuenta de que lo he notado, una sonrisa siniestra nace en sus labios carnosos.

—¡¿Como has podido?! ¡Ella era tu amiga!—le gritó con furia.

FragmentadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora