Prólogo. Sable

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-¡Qué no escape!-grita un soldado de Plegia.-¡Se ha llevado la gema Sable!

Con la respiración agitada, como producto de correr todo el día, esquivaba y abatía a todos los soldados que se cruzaban por mi camino. Mirando a mi alrededor encontré una columna bastante gruesa como para esconderme detrás.

Los pasos de los soldados se acercaban con rapidez al lugar donde me hallaba escondida deteniéndose un poco más adelante de mi posición.

-¡No puede haber desaparecido! ¡Que los arqueros se esparzan por las murallas del castillo! ¡Los truhanes y ladrones por el interior! ¡Aprisa!

-¡Sí señor Hans!

Hans. Ya decía yo que ese hombre me sonaba de algo. No sería la primera vez que me tengo que enfrentar a ese sujeto. Numerosas veces ha intentado raptar a mi yo de este tiempo hasta que fue encadenado y ejecutado en Plegia en frente de mi y de mi familia.

Un arquero se había quedado en la misma sala que yo en vista de que podía seguir en el mismo sitio. ¿Me habrá visto y querrá que me confíe?

No parecía un arquero normal y corriente. Su posición lo decía todo. La aljaba la llevaba en la espalda a la altura de la cintura y ya llevaba una flecha encajada en el yumi lista para ser disparada nada más oyese un sonido por pequeño que fuese. Erguido y con los sentidos alerta, paseaba por la sala buscando pistas que revelasen mi paradero.

Tenía que dejarlo fuera de combate.

Desenfundé mi espada con cuidado de que no se oyese el choque de la hoja afilada con la funda. Mi reflejo apareció en la hoja. Mi ojo izquierdo estaba vendado impidiendo verlo y la máscara que llevaba puesta sólo dejaba mi ojo derecho al descubierto. El pelo, que ahora me llegaba poco más abajo de los hombros, lo llevaba recogido por dentro de la capa. A simple vista parecía un chico, y ese era mi objetivo. Todos los soldados sospecharían que un hombre había robado la gema y no una mujer.

El arquero pasó de largo la columna tras la cual me escondía. Salí de mi escondite y lentamente, a la par que sigilosa, me acercaba a éste por la espalda. Pero no llegué a ser lo bastante precavida como para que no notase mi presencia. Se paró, tensó el arco y se dio la vuelta soltando la cuerda. No sé por qué, pero lo vi venir. Acto seguido de esquivar la flecha me abalancé sobre el joven arquero y con una llave le partí el cuello.

Cogí el yumi y la aljaba y mis pies me llevaron hasta el establo. Numerosos soldados se encontraban esparcidos por el patio principal que daba al puente levadizo. Genial. Mi única vía de escape está hasta arriba de soldados que quieren mi cabeza. Aunque si todavía no lo han alzado es porque quieren que vaya hasta ahí.

Por encima del muro varios magos, especializados en la magia oscura, junto con arqueros esperaban la orden de atacar. Escapar ahora sería un suicidio, pero no puedo esperar más. Es posible que eleven el puente si no aparezco. Entonces si que estaré atrapada de verdad.

Que sea lo que Naga quiera.

Monté en un caballo y salí corriendo hacia el puente. Dieron la orden de elevar el puente. El caballo aceleró el paso y conseguimos saltar al otro lado del puente cuando éste estaba a medio camino de cerrarse.

Me adentré en el bosque en mitad de la noche. El choque de los cascos de los caballos del enemigo contra el suelo se oían cada vez más cerca. A este paso me alcanzarán.

Agua. Por aquí cerca había una cascada. Di la orden al caballo de cambiar de dirección para poner rumbo a la cascada.

-¡Disparad! ¡A Valldar-sama no le importa que un traidor muera!

Sangre malditaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora