La leyenda de los istrigoi y los vârcola, fue la canción de cuna que acompañó al padre Jacob hasta su habitación.
Se accedía por una escalera vieja y remendada la madera tantas veces con el paso de los años, que los tablones que sirvieron de arreglo se habían fusionado paso tras paso de los huéspedes con el pasar del tiempo. Ésta, daba a un corredor de habitaciones: todas estaban con las puertas cerradas, aunque se distinguía perfectamente cuales estaban ocupadas y cuales no. Jacob oía murmullos salir de algunos cuartos, voces estridentes en otra de los huéspedes que habían sucumbido a la borrachera.La muchacha que le sirvió la cena, caminaba delante de él, mostrándole el camino a la alcoba, pues era ella quien tenía las llaves, las cuales, colgaban de un lado de su falda a la altura de las caderas, balanceándose de una cadena de hierro negro, la cual, junto con el ramillete de llaves, emitía un suave tintineo con cada paso que daba la doncella.
No hubo conversaciones, ni siquiera furtivas miradas entre ambos y, la llegada a la alcoba, cortó de raíz cualquier oportunidad de ello.No era grande pero eso ya lo suponía el padre Jacob, aunque tenía la vana esperanza de que, al menos, estuviera limpio... Y lo estaba, quizás no tanto como debería pero no iba a quejarse al respecto.
Un camastro estaba pegado a una de las paredes, justo en la del otro lado se encontraba una ventana de cristal grueso y bien trabajado, unas cortinas de tela fina la protegían de la humedad. No había mucho más que un barreño para procurar al huésped una buena higiene y un arcón de madera envejecida, que, de momento, no cumplía especialmente bien su función, ya que el padre Jacob dejó una de sus alforjas más pequeñas encima. No merecía la pena deshacerla de una noche para otra.-Entre las siete y ocho de la mañana, sirvo cántaros de agua a los huéspedes, pero tiene a disposición una jarra para su consumo, si lo desea. -Explicó la muchacha mientras le tendía la llave.- Cuando vaya a irse, debéis darle la llave a mi padre. -Con esa advertencia, pretendió ser más amenazante y ruda de lo que pretendía... Y lo consiguió.
-Por supuesto, joven señora -Jacob cogió la llave. Era pequeña, oscura y rugosa. Era evidente que había servido por años en la posada, aunque el hierro de sus dientes estaba forjado con tanta maestría que apenas tenía muescas en ellos.
-Aún así, por precaución, use la llave cuando yo me vaya. Cierre la puerta. No sería la primera vez que nuestros huéspedes se quejan. -Explicó la chica- Mas no por culpa de mi padre o mía, mi señor.
-¿Se quejan?, ¿de qué?.
-De que oyen sonidos provenientes del bosque, aullidos, extraños murmullos -Le dijo la joven, ocultando su miedo bajo la máscara de la templanza.- No es raro, desde luego, que el bosque esté vivo...Pero no todo lo que allí habita es benigno.
-Comprendo -Respondió Jacob- Búhos, aves nocturnas, perros salvajes...Los viajeros debemos tener cuidado cuando asoma el atardecer.
Algo parecía inquietar a la muchacha, la que, sin querer contrariar al padre, pero a su vez, advertirle, ya que los servidores de Dios gozaban de gran importancia en esas tierras oscuras, donde sólo la Fe ofrecía cobijo y paz a cualquier alma.
-Sí, entre otros...Ya le hablé de los istrigoi y los vârcola. El bosque cobra un tipo de vida diferente a la diurna y las tierras de este país están plagadas de espectros y misticismo. Nunca debe hacer caso de lo que escuche ahí fuera y no salga hasta el alba, de todas formas, dudo que pueda, ya que el portón sólo se abre al amanecer. -Le explicó la chica- Se lo digo por piedad y porque sé que sois extranjero.
Jacob no supo cómo tomarse esa especie de advertencia, cierto es que cuanto más se adentraba en al este de la vieja Europa, más sentía que se dirigía a un mundo ignoto, diferente, pecaminoso. Rumanía estaba llena de leyendas, de costumbres extrañas y sus gentes aún seguían creyendo en hadas y hombres bestia.
Pertenecer al clero le había dado una oportunidad para leer, para escribir, para conocer pensadores paganos, cultivar su mente y su lengua, pues conocía varios idiomas. Sabía que no era piadoso mofarse de las creencias de esas gentes pero...¿Qué pobre criatura carente de estudios no iba a creer en leyendas que había oído desde que era niña? Sintió pena, sin embargo, pese a ello... Él también había sentido miedo al morir el ocaso cuando se encontraba allí fuera, en aquellos bosques.
-Y yo os lo agradezco. -Respondió Jacob- Estáis haciendo mucho por mi, un humilde misionero extranjero. Muy probablemente, os debo la vida.
La muchacha sonrió con cierta timidez, halagada, por supuesto, por las palabras que le dedicó el sacerdote.
-No hay un pueblo, taberna u hospedería en millas. Nuestros huéspedes suelen ser comerciantes nativos, gente que sabe moverse por los caminos secundarios o viajeros experimentados. Estamos acostumbrados a acoger a cualquiera que llegue durante el día hasta el atardecer. Dispenseme, padre, debo continuar con mis obligaciones. Noapte bună, preot. -Se despidió, mientras cerraba la puerta tras ellas.
La chica se fue porque el padre Obsolon, simple y llanamente, no supo qué responderle. Un escalofrío le recorrió la espalda: era el escalofrío del desamparo ante lo desconocido.
Se despojó de su hábito, quedándose con una sencilla camisa, la cual, lo protegía del frío de la montaña,y se quitó también las botas de piel que empezaban a cuartearse. Se lavó la cara en el barreño, gracias a que aún guardaba algo en una obre de piel de carnero. El agua fría pudo despejarlo un poco, pero no le quitó el cansancio.
Se metió en el camastro sin quitarse el crucifijo de madera que llevaba al cuello, arropándose con las mantas de lana gruesa y atisbando las sombras de los árboles en la negrura de la noche, gracias al brillo de la Luna que traspasaba las cortinas. Durmió sin ganas pero con mucha necesidad de ello. Durmió también, con el arrullo de los pájaros nocturnos y el de los sonidos misteriosos que lo acompañó el último tramo de su viaje, pero que, ya avanzada la madrugada, sonaban como en ecos constantes y chirriantes...
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El octavo pecado: cacería de lobos.【En curso】
VampireJacob Obsolon es un sacerdote atormentado por la amargura de ver cómo La Iglesia de finales del siglo XVIII se entrega a los placeres carnales y el enriquecimiento material. Jacob huye en pos de una vida ermitaña en la que ayudará a los más necesita...