Josué 1:9

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El sacerdote, bien sea por los dones de la juventud pero, sin duda también, gracias a las abnegadas curas y tratamientos de su anfitrión, no tardó en recuperarse lo suficiente como para poder ponerse en pie y andar durante tramos que alcanzaba la media hora, al menos, eran suficientes para dar un pequeño paseo por el corredor que conectaba su nueva alcoba con el resto del castillo, el cual, daba directamente al jardín interior pues era un corredor exterior, porticado y con techos altos de madera sustentados por columnas desgastadas de piedra.

Ya llevaba allí, según sus cálculos, cerca de tres semanas, aunque el tiempo se le había antojado muy rápido, ya que dormía largos períodos y, cuando no lo hacía, era cuando su anfitrión iba a visitarlo. Siempre iba de día, con las primeras luces del alba, estaba allí hasta la tarde, tampoco tenía reparo en llevarle alimento, cosa que, para Jacob, que un galante señor como parecía ser Radovan, era cuanto menos, un halago. Jacob disfrutaba de su compañía, aunque no se lo dijera abiertamente, le encantaba hablar con alguien tan ilustrado, tan versado en la literatura, en el mundo, pues, como él aunque de forma un tanto distinta, había viajado por buena parte de la geografía de su país, e incluso, de la Rusia imperial. Era increíble esa sensación asfixiante de atracción...Sin embargo, aún le quedaba mucho por descubrir de él.

Aquella mañana, cuando al sacerdote se le quitó el cabestrillo, debido a la recuperación de su brazo, hacía frío, de hecho, era una mañana extraordinariamente​ fría por lo que los criados habían recibido orden directa de mantener la chimenea del convaleciente encendida. Por primera vez en años, se había quitado los hábitos: los criados lo ayudaban a vestirse aunque era difícil comunicarse con ellos, debido a las barreras del idioma, sin embargo, cumplían su tareas con diligencia y Jacob, se había sido transformado en un rico señor, dejando atrás sus raídos hábitos negros, como la mariposa que deja atrás su crisálida; seguía con la cabeza vendada y la mano hasta la mitad del antebrazo cubierta igualmente con vendas aunque algo más gruesas para evitar que el brazo fuera movido demasiado. La cara tampoco la tenía tan hinchada, de hecho, había vuelto a su apariencia normal y el moretón de la pedrada que sufrió en la cabeza, se difuminaba con el paso del tiempo.

Durante el desayuno, el cual, huésped y anfitrión compartieron en la habitación del sacerdote, la charla no fue menos animada, más bien parecían dos amigos que habían vuelto a encontrarse tras largo tiempo. Los tapices coloridos y de lánguidas figuras amortiguaban sus voces y preservaban el calor de la chimenea: la madera crepitaba como una música que acompañaba a la conversación y, los cristales, los cuales chirriaban como susurros azotados por el viento norteño, no parecían ser ni mucho menos amenazante en aquella gran alcoba de techos altos y envigados. Los ojos del anfitrión resplandecían con el eco de las llamaradas y la voz del sacerdote sonaba con más vitalidad.
Por otro lado, el ambiente estaba caldeado por el aroma del pan caliente, cerveza de cebada tibia, espumosa y densa en las jarras de madera finamente tallada, cuya manilla tenía forma de cabeza de lobo. Jacob acarició la cabeza, el pelaje tallado del lobo, el cual, era áspero debido al paso del tiempo, al uso y a las continuas limpiezas. Era curioso... Un lobo. Sin embargo, la comida tampoco le quitó menos atención que el emblema: aquella mañana, en el plato, los pepinos frescos, cortados y encurtidos se mezclaban con trozos de manzana, unas rebanadas de pan junto con miel, unos huevos aún en sus cascarones humeantes cocinados pasados por agua y algo de embutido de ternera aderezado con orégano.

–¿Os duele?. –Preguntó Radovan durante un breve silencio.

Para cuando quiso darse cuenta, Jacob se había quedado anonadado, observando su muñeca vendada, cosa que, aunque breve, no escapó a la atenta mirada de Radovan. Éste, apurado, negó con la cabeza mientras que, con la mano sana, volvía a coger el tenedor de metal para tomar un trozo de ternera empapado en miel que se había derramado en el cuenco del plato para poder saborearlo.

El octavo pecado: cacería de lobos.【En curso】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora