La consciencia lo abandonaba a capricho pero el dolor de cabeza no: era agudo y punzante, sobre la sien, debido al golpe, su párpado superior de uno de sus ojos se hinchó y no podía abrirlo
-No, no...-Mascullaba dolorido mientras gateaba hacia la yegua, la cual yacía a pocos centímetros de él.
Tocó su crin, acarició su pelaje y se horrorizó al notar cómo un cálido líquido emanaba de su lomo y le manchó la palma de la mano. A la luz de la luna pudo ver que era sangre. Le habían disparado con una ballesta, pues pudo ver la flecha gruesa incrustada en su blanco pelaje, su experiencia médica le instó a pensar que se había desangrado lo suficiente como para no poder moverse pero aún no para matarla, pues, probablemente, había atravesado una vena...
La acarició con lánguida tristeza, casi sollozando, el animal yacía en un lecho de su propia sangre, de la comida que salió disparada de las alforjas y en la hierba pisoteada.
Fue arrancado de su lado por dos pares de fuertes brazos.
Sus perseguidores.
–¡Soltadme, soltadme! –Gritaba mientras intentaba forcejear con aquellos hombres, a los cuales no entendía ya que su conocimiento de la lengua de aquel lugar era escaso y sólo podía alcanzar a escuchar las palabras del hombre del acento.
–Con cuidado...–Decía éste. – ¡Coged también al animal, podemos vender su carne!... Necesitamos los cuchillos. Ahora.
Recibió unos cuantos golpes debido a que, para tener una complexión mucho más delgada que sus atacantes, parecía ser también más escurridizo; recibió una patada en las costillas y otra en el abdomen, antes de que dos de ellos rasgaran su hábito, gracias a un puñal afilado y la delgada camisa de hilo.
–Este subțire și palid...–Dijo uno de ellos, antes de acariciar impunemente la piel pálida de su pecho. Recorrió con los dedos el cuello del sacerdote, bajando por su pecho, hasta peligrosamente sus caderas.
Jacob se sintió asqueado.
–Es todo piel y huesos... –Maldijo el hombre del fuerte acento.– Cojamos la piel, puede que sirva para algo.
«Oh, Dios mío... Voy a morir...» Pensaba el sacerdote con un pavor indescriptible pero también...Siendo incapaz de moverse. «Voy a morir aquí, sin haber completado mi penitencia... Aquí en este lugar de nada y de nadie.»
Pensó y rezó mientras sus capturadores se ponían de acuerdo y afilaban sus cuchillos para despellejarlo. Probablemente los sacamantecas venderían su piel con cualquier excusa, haciéndola pasar por piel de cabra o de oveja... Probablemente los libreros tapizarían cubiertas de libros sin saber que habían comprado piel humana o puede que cualquier noble morboso la comprara para hacer sólo Dios sabe qué con sus restos...
Sollozó en silencio... Las lágrimas le caían por sus mejillas y resbalaban por su cuello hasta caer en la maleza. El hombre que le acarició se inclinó con morbosidad comedida para acariciar su mejilla con la lengua y limpiar sus lágrimas con lamidas.
Pero...¿Qué importaba que aquel depravado se mofara de él de esa manera. No quería verlo... Si tenía que morir, que fuera rápido, sólo pedía eso mientras observaba la Luna que se asomaba entre las ramas de los árboles y, a pesar de todo, a pesar se su aciago destino, se maravilló al verla: coronaba el cielo cuajado de estrellas y las ramas parecían respetarla pues no entorpecían su visión. Era preciosa... Perfectamente redonda y brillante, como bañada en plata...«Eso...¿son lobos?»
Entre los murmullos de los sacamantecas, pudo apreciar algo... Un áspero sonido ronco pero melodioso, como el de los lobos. Sin embargo, no pudo pensar mucho en ello, ya que dos de aquellos maleantes empezaron a rasgar la carne de uno de sus brazos y el abdomen mientras el resto lo sujetaban.
–¡A-ahhhh!...¡Basta!. –Gritó Jacob, cuando el dolor empezaba a ser insoportable.
Sin embargo, no podía dejar de escuchar esos sonidos, esos aullidos que parecían cada vez más cercanos. Era... Era un lobo...¡Lo que le faltaba!
–¡Vârcolac!, ¡vârcolac! –Gritó uno de los hombres, mientras se santigüaba.
El grupo pareció pasar de la tranquilidad al nerviosismo y de ahí, al miedo.
¿Qué pasaba?
–Argh...¡Coged lo que podáis! –Gritó el hombre del acento, antes de que un gruñido se alzara por encima de su voz.
–¡Ahhhh! –El hombre del acento se tambaleó y cayó al suelo, pues pronto su grito se ahogó en el sonido burbujeante de la sangre.
–¡Vârcolac, vârcolac! –Gritaban los hombres que no tardaron en dejar allí a su compañero.
Despavoridos como ovejas ante un depredador, corrieron hacia los caballos, algunos se tropezaron con el cuerpo de Jacob, el cual, semiinconsciente, lo único que podía hacer era permanecer tumbado, sangrando y dolorido...
«Me va a devorar, me va a devorar...» Pensaba al ver un pelaje plateado como la luna acercarse a él. «¿Por qué, Dios? Por qué me libras de ellos para entregarme a una bestia...»
Con el único ojo sano que le quedaba, observó a la bestia: era un lobo que apareció en su campo de visión por un lateral y daba lentos pasos. Tenía las fauces llenas de sangre que goteaba por su mandíbula inferior pero que, sin embargo, eso no le quitaba belleza al animal. Era grande, probablemente alcanzaría el metro y medio... Y su cola gruesa se movía con elegancia, al igual que sus movimientos, pues sus patas eran estilizadas. Su pelaje era blanco... No, plateado y sus ojos azules, como dos zafiros que brillaban en la penumbra y observaba a Jacob con impío deleite.
El sacerdote le sostuvo la mirada al imponente animal durante varios segundos, aunque terminó por perder la consciencia debido a los golpes y la creciente falta de sangre.
«Oh, Dios... Espero que puedas acogerme en el Paraíso.»
Entonces, todo se volvió negro.
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El octavo pecado: cacería de lobos.【En curso】
VampireJacob Obsolon es un sacerdote atormentado por la amargura de ver cómo La Iglesia de finales del siglo XVIII se entrega a los placeres carnales y el enriquecimiento material. Jacob huye en pos de una vida ermitaña en la que ayudará a los más necesita...