Genova: Oda a la fritanga

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Retome la escritura por dos simples razones: La primera, regreso. La segunda, tengo una botella de vino que vaciar y siento que tengo problemas si la bebo sin hacer algo productivo. Es típico que cuando vez una película de terror, en la cuál la protagonista se exilia en los bosques, es una escritora famosa y para inspirarse toma copete. Tal vez deberíamos premiar al alcohol por hacernos más creativos.
Como sea, llegue al pintoresco pueblo de Colón tempranito en la mañana. Quedaban los últimos vestigios del Verano, lo que significa sol, playa y cruceros lleno de turistas deseosos de gastar sus euros en recuerdos innecesarios. A esas alturas del viaje, ya había perdido un poco el miedo a que me vendieran como esclavo a los fabricantes de Zara, iba entendiendo un poco más del "atractivo" italiano y estaba deseoso de unirme al frenesí de los gringos jubilados.  
Me puse a caminar por unas estrechas calles con olor a un carrete de ratones viejos. Respiraba aquella nueva fragancia con dicha, ya que  me sentía un mercader del siglo XVII e imaginaba que a mi alrededor habían peleas a muerte afuera de los bares, que en cada intersección de las calles, hermosas cortesanas me ofrecerían sus dotes bajo sus enormes vestidos a medida y aquel delicado perfume de pichí de persona que envolvía mi nariz no hacía más que hacerme sentir en éxtasis.

 ¡Pero eso no fue nada!     

Al llegar al puerto, omitiendo sus hedores propios, me llevo el medio olor a fritanga. El placer de los placeres, el placer de los lechones, el placer del placer. Me deje arrastrar y camine hasta la fuente emanadora de elixir, para encontrar una feria costumbrista, al mejor estilo lollapalooza. Para ingresar, había que comprar unos "tokens", unas fichas mononas con las que puedes intercambiar por comida. Digamos que no era nada de barato, pero la fritanga lo valía. Por mi y por todos mis compañeros. 

Pa' variar me queme el hocico comiendo empaná' de queso y salí terrible ebrio haciéndome el bácan.  Resulta que cuando llegue, digamos que eran las 1 de la tarde y me dije, voy a probar este tragito que se ve bien coqueto. Claro, ahí todos los compañeros me felicitaron "you are the best" "the first of the day". Me dije, bácan po, me deberían hacer descuento si quiera. Además se llamaba Hugo, yo contento po'. Después descubrí porque nadie lo compraba, era terrible mala la wea. 

Volví al Hotel y encontré un espejo bien guapo perfecto pa' unas selfis.  Me tome unas cuentas y deje el espejo. Pero nunca imagine que tendría vida propia. Con un movimiento rápido y certero, se tiró al suelo quedando herido de gravedad. Nos miramos a los ojos, sin saber que decirnos, yo no sabía Italiano y menos dialecto espejo, pero con su cara trizada pude deducir que ya no aguantaba más  e imagine cuantas cosas horribles debió haber reflejado en su vida. Asistí con la cabeza y comprendí que sería su único testigo de su fatal suicidio.

El problema, es que el espejo no era un espejo domestico libre y yo como su único testigo debía responder por él a sus dueños. "Espejo qlo maricón" pensé.  
Como ya era la hora de abandonar el hotel y me enoje con el weón, escondí su cadáver detrás de un armario, tomé mis maletas y le susurré antes de partir. "vo' callao o digo lo que encontré debajo de la cama" y salí.        


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⏰ Última actualización: Feb 26, 2017 ⏰

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