Capítulo 14. Reencuentros

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         14. Rencuentros.

Zoro se giró lentamente hacia lo que había señalado Sanji a su espalda. Al lado de una paradita de armas medievales, una chica se encontraba parada observando las distintas espadas, ensimismada realmente en ellas como si le hablaran y pudiera sentirlas con tocarlas. Una extraña conexión que únicamente unos pocos eran capaces de experimentar cuando su alma y la del acero se comunicaban como una sola. Algo parecido a lo que le ocurría a él, además lucía esa media melena azul, aparentaba su misma edad o puede que un poco más y tenía esos mismos ojos grandes y vivaces. Realmente que se parecía mucho a la definición que él había dado de su imaginaria novia Kuina cuando el rubio le acorraló a preguntas. Y ahora que la veía desde tan cerca, puede que le sonara de algo, quizá no se lo inventó todo.

Decidiéndose al fin a dar un paso hacia la chica le hizo un gesto con la mano a su amigo para que le esperase, así podría hablar con ella sin rubios cotillas de por medio. Conforme avanzaba sentía algo que le era familiar, no sabría definirlo pero estaba ahí. Una vez a su lado se dispuso a hablar; aunque no sabía exactamente lo que le diría sólo debía tratar de no sonar como un loco.

- Hola, disculpa, te sonará extraño pero...

- ¿Zoro?

- ¿Eh?

**Flashback**

Al este de la ciudad hacía relativamente poco, apenas unos cuatro años atrás, que por votación de los concejales y el alcalde se había construido un nuevo barrio residencial promoviendo el enriquecimiento cultural y social de la urbe y a su vez, dando vida a una parte de la ciudad que hasta entonces había pasado muy desapercibida. Nuevos edificios significaban nuevos establecimientos, colegios y sobretodo expansión y enriquecimiento.

Tras meses de obras los solares y terrales que hicieron las funciones de aparcamiento fueron sustituidos por casas, locales y demás y justo en medio de tanta nueva construcción un hermoso parque armonizando el conjunto. Aquello hizo que una zona que en principio estaba en desuso cobrara tanto fuego de vida que pronto se convirtió en el segundo centro neurálgico de la ciudad a parte del casco antiguo, cumpliendo el objetico con que fue pensada. Además propició que muchas familias se mudaran y otras tantas vinieran de fuera para quedarse.

Aquél gran espacio verde en medio de la jungla de cemento y metal era grande como pocos y espléndido como ninguno. Emisor de naturaleza comprimida en un pequeño grano de arroz en medio de la gran urbe era como el oasis en el desierto; donde acudir cuando las cosas se ponían feas o simplemente por cambiar la monótona rutina que caracteriza a los habitantes de las ciudades, siempre ajetreados y viviendo rápido unas vidas que les vienen de prestado. Todo a su alrededor desprendía un aura blanca y vaporosa de serenidad pura por cada una de las hojas ocupada en hacer la fotosíntesis de los árboles que lo integraban. La hierba de glauco color que cubría tres cuartas partes de su extensión invitaba con su leve movimiento, danzante por la brisa suave, a tumbarse en ella y disfrutar del momento, desconectando por un instante del mundo real más allá de los límites de aquel trocito de paraíso, viendo las nubes de abstractas formas algodonosas surcar el cielo, despreocupadas, o los pájaros volar como símbolo de la libertad infinita que son.

En una parte de aquel jardín de las delicias había diversos columpios pintados de colores en su mayoría llamativos que iban en varias gamas desde los amarillos a los azules y de éstos a los rojizos en diversas y alocadas combinaciones estrambóticas, salvo en algunas zonas en las que por el roce del balancear continuo y el ir y venir de niños se había descorchado parcialmente la pintura, además de en los extremos que confluían con el suelo, que empezaban a aparecer las primeras oxidaciones. El suelo de la zona al contrario que en el resto, estaba cubierto de una especie de gomaespuma gomosa y rebotante igualmente de tintes coloridos para evitar daños innecesarios o fracturas en caso de mala caída en los pequeños usuarios de los columpios. Y justo detrás un arenero no muy grande de grano fino y suave; delicia de los futuros arquitectos que veían sus ansias constructoras parcialmente saciadas entre las montañas de arena que levantaban fruto de su esfuerzo y mente inventiva ávida de nuevos retos a los que enfrentarse a continuación para superarse.

Por una apuesta terminé siendo tu hijo (MiZo) #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora