52. Me tengo que ir

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Amelia

Abro mis ojos, visualizo a la perrita mirándome, muevo mi vista y no veo mis zapatos. Saco el brazo de Carter de sobre mí y me levanto de la cama. Agarro mi ropa comenzando a vestirme. Busco mi calzado por todos lados, pero no lo encuentro. Observo a Dorothy por segunda vez, que me ha seguido en mi odisea, por toda esta casa de lujo. Parece que a mi abogado le gusta gastar las cosas por montón. Derrochandor de dinero, obvio.

―Perrita linda ―Miro a mi acompañante perruna ―, no tomaste mis zapatos, ¿verdad?

Mueve la colita pero esto no me está llevando a ningún lado.

Visualizo a Carter salir del cuarto solo con los bóxers, va hasta la cocina y abre la heladera.

―Tu perro no come zapatos, ¿cierto? ―Me acerco a preguntarle y levanta una ceja.

―Dorothy, absolutamente no ―Se ríe.

Lo miro de arriba abajo.

―¿Vas a vestirte?

―Es probable. Cuántas preguntas ―Vuelve a reír.

―Se nota que estás muy relajado, pero yo tengo que irme, necesito mis zapatos y tú no puedes abrirme la puerta así ―le explico.

―¿Celosa de que la vecina vea mis partes? ―Mueve las cejas.

Ruedo los ojos.

―Nada que ver.

―No lo parece, pero para tu tranquilidad, no tengo vecina ―Se ríe ―. El departamento del frente está en venta todavía.

―¿Y a quién le importa? Es cuestión de moralidad, no de celos.

―¿Y desde cuándo soy moral yo? ―se burla.

―No es gracioso ―Le cierro la puerta de la heladera ―y se va el frío, mantenla cerrada.

―Huy cuantas reglas, que bueno que no eres mi esposa ―me provoca ―. Nuestra convivencia sería peligrosa, para mí sobre todo ―Ríe otra vez.

―¿Me estás diciendo controladora?

―Yo no dije nada.

―Entendí la indirecta ―Entrecierro los ojos.

Hace una carcajada.

―Natural mi querida psicóloga, natural ―Abre rápido la heladera y saca un sachet de yogur, para luego cerrarla. Camina hasta el mueble y se sirve un vaso ―¿Quieres?

Me cruzo de brazos.

―Te dije que me tengo que ir.

―Detalles ―Amplia su sonrisa ―. Un buen desayuno es la clave para empezar un buen día ―aconseja.

―Pero mis zapatos... ―Hago puchero.

―Los buscaré pero antes ―me interrumpe y abre otro mueble ―¿Quieres budín? ―Lo saca de allí.

―¿Tu alacena siempre está llena? ―Levanto una ceja.

―Tengo pastel de chocolate ―Saca uno de la heladera que se ve bien sabroso, lo apoya sobre la mesada.

―¿Me parece a mí o me estás intentando persuadir?

―Ya que el método culinario no está funcionando... No, pero puedo intentar otro ―Me agarra de la cintura y de acerca a mí rostro ―¿Qué tal este? ―Me besa y le correspondo.

―Espera un segundo... ―Inclino mi cabeza ―¿Dijiste culinario?

―¿Qué? ¿Crees que no sé cocinar? ―Agarra una cuchara y la unta sobre el pastel, arruinando el hermoso decorado. Mete el trozo en su boca que se llena de chocolate ―Delicioso ―Se relame los labios ―¿Quieres probar? ―Vuelve a meter otro trozo en su boca y se acerca a la mía.

―Presiento una extraña situación pervertida por aquí ―deduzco y él intenta no reírse para que el pedazo de pastel no se le caiga de la boca.

Me hace un gesto de burla, como diciendo que lo estoy dejando mudo o que soy una cobarde o no sé y me sigue esperando.

¿Lo dejo con el chocolate en la boca o me los como ambos?
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Dato curioso: Este capítulo fue escrito en febrero de 2017, en mi cumpleaños número 25 ❤

El abogado turbio (R#5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora