Parte IV

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A continuación de mi encuentro con Oliver, enfilo mis paso hacía la biblioteca Quiroga-Poe para ser franco debo verificar por mi mismo sobre la posibilidad de que la directora esté involucrada en el robo de los ejemplares. Pero ¿Cómo? cuando fue ella misma quien me pidió ayuda. Dicho de otro modo quiero ver si la señora me vio cara de zopenco al igual que la viuda Letrado. De ser cierto sería el colmo de mi desatino con las mujeres, ya sean jóvenes o maduras. Todas mienten.

Al llegar a la recepción me recibe con amabilidad la señorita encargada, hace una llamada y a los pocos minutos soy escoltado por unos de los empleados, está vez; la directora no salió a recibirme. Al entrar a su oficina...

—Mi buen detective —refiere al verme—. Espero que su visita sea para darme buenas noticias —Se levanta para brindarme un abrazo.

—Creo que ese no es exactamente el punto de mi visita —contesto después de tomar asiento—, al contrario, he venido para obtener algo de usted... es decir, información que sólo usted me puede dar.

Frunciendo sus pobladas cejas, retrocede como si de repente se sintiera al descubierto, lo que corrobora que oculta algo y que Oliver tenía razón. Titubeante trata de buscar una posible salida.

—¡No entiendo! ¿Por qué piensa que le oculto información? De ser así no veo la relevancia con el caso.

—¡Augusto! Te recuerdo que lo que necesitabas saber ya está dicho, además que te di al posible sospechoso ¿No es así, detective Librón? —expresa intentando parecer ofendida.

—Lo sé, Alfonsina —digo tratando apaciguar sin dejar de lado que está mintiendo—, pero estoy seguro que me diste un sospechoso para desviar la investigación.

Enfurecida repele.

—¿Cómo te atreves a sospechar de mi? Si soy la agraviada. Quiere decir que yo estoy detrás del robo de los ejemplares. Creo que debes entender que fui yo la que te contrató detective.

El ambiente se ha transformado en un sinsabor de mentiras por parte de la directora, la observo inquisidoramente y no me cabe la menor duda. Sus palabras vacías sólo son eso un recipiente vacío. Camina de un lado a otro de seguir así hará una zanja en la alfombra.

—Pare ya directora, la alfombra no tiene la culpa. Primero. No te estoy acusando de nada. Segundo, necesito que te sinceres conmigo y dime que me oculta. Se supone que eres la custodia de tan preciados ejemplares. Habla de una vez y ponme al tanto. —digo acabando con el drama teatral de la directora.

Después de unos cuantos dimes y diretes, consigo que la directora se calme. Reconoce que está implicada pero no del modo que cree Oliver, sino que es víctima de extorsión por parte del millonario Ricardo. Bajo amenaza consiguieron que sacará los ejemplares, sin embargo aún están en su poder pues está noche es la entrega, el mismísimo Ricardo viene por ellos. El un viejo excéntrico y sólo él quiere tener los libros en sus arrugadas manos. Ya resignada se sumerge en el sillón. En un tono humilde inquiere —Entonces amigo ¿Qué piensas hacer conmigo?

—La verdad —le digo en tono amigable sin perder mi esencia detectivesca—, no soy quién para juzgarte, ni mucho menos condenarte, pero como comprenderás no puedo permitir que entregue los libros al viejo loco.

En eso tocan a la puerta del despacho, nada más inoportuno. Le hago señas para que no abra hasta terminar nuestro asunto. Por otra parte, quien está al otro lado de la puerta es Oliver, cosa que no me sorprende. La directora lo deja pasar y es cuando. . .

—¡Oliver Gatonegro!  Porque será que tu visita no me sorprende. —digo en un tono tranquilo.

—Detective, pensé que estaría en las oficinas de Ricardo Frankestein —expresa mientras se dirige a saludar a la directora.

—Directora Mistral, que gustó verla de nuevo —dice en un tono suave besando su mano —lamento ser el portavoz de su destitución del cargo como guardia y custodia de los libros subrepticios a su cargo.

Ella asienta con la cabeza, la expresión en su rostro denota vergüenza, algo que no fue agradable y me inspiró compasión hacía su persona. No obstante, puedo notar que estos dos se conocen y muy bien. Cada día me convenzo que Ciudad Letraria y sus habitantes son un misterio, pero un misterio para mí y como siempre quedo en medio de sus líos ocultos.

—Esta bien. Como veo que se conocen, no tiene caso las presentaciones. —afirmo levantándome de la comodidad del sillón—. De seguir así, cerraré la agencia y me iré a vender como buhoneros o trabajaré directamente contigo Oliver. Al parecer eres una cajita de sorpresa.

—Disculpe detective, amigo. No fue mi intención. Intervenir, debí haber sido sincero. Le puedo asegurar que siempre necesitaré de sus servicios —dice a modo de disculpa. Últimamente todos ocultan algo sobre todo si se trata de los dichosos libros prohibidos.

—Espera un momento Oliver, pero creo que olvidas una pieza importante en este robo... —razonó casi que en el aire—, y es ¿Qué haremos con Ricardo Frankestein? Si bien es cierto que la directora Mistral falló en su función de guardiana. No es menos cierto que fue obligada mediante a chantaje. De manera sea que el culpable directo es el viejito millonario. ¿No lo crees tú?

—Tienes toda la razón —dice mirando a la directora—. Debemos simular la entrega de manera de agarrarlo con evidencia certera e irrefutable, pero debo advertirle amigo que está gente es peligrosa. —y añade—. ¿Qué les parece si me lo deja a mí?

Finalmente, terminé aceptando la propuesta de Oliver con la condición de participar de manera directa. A fin de cuentas este aún seguía siendo mi caso y debo ser yo quién lo concluya. La directora acepta continuar con lo pactado y simular la entrega de los ejemplares. Con la salvedad que entregará unos duplicados. Todo deberá marchar como está acordado. Es decir a partir de la medianoche se hará la entrega en el auditorio de la biblioteca. Mientras Oliver y yo estaremos detrás de la pantalla de video esperando al que aparezca el viejo en busca de la fuente de la juventud en papel.
Esperando que todo salga bien.

Continuará. . .

Augusto Librón Detective Literario   Donde viven las historias. Descúbrelo ahora