Jueves

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Le llevaron una hamburguesa y papas fritas, el hombre comenzó a acercarle el alimento, comenzó con las papas. Tomaba la cabeza de Nella por la cabellera y con la otra zambullía la comida dentro de su inapetente boca, luego le sostenía el mentón obligándola a masticar y tragar la comida, aun cuando ella tuviese deseos de vomitar el bocado. Así estuvo un rato, hasta que Nel, como la llamaban su madre y amigos, hizo un gesto de estar satisfecha, quizá con la creencia de que la dejarían tranquila y se marcharían de ahí.

Nella, amordazada de nuevo.

Había un silencio casi mortuorio. El cuarto les indicó que salieran y uno a uno emprendieron el desfile fuera del lugar. Nella expectante agudizaba sus sentidos para escuchar como paso a paso, todos se retiraban. El rechinar de la puerta, causó en ella una especie de tranquilidad, dentro de la tormenta, pues aquello indicaba, que todos habían salido.

Desconocía la hora, pero sabía que era jueves. Le dolían los hombros por la posición en la que estaban. Trató de ponerse de pie varias veces, pero falló en el intento. Necesitaba saciar sus necesidades fisiológicas, pero ¿cómo lo haría?. No deseaba hacerlo sobre sus ropas, ya era demasiado el aroma de su propia orina, como para rematar con otra cosa.

En vista de sus esfuerzos en vano por ponerse de pie y por gritar pidiendo ayuda. Defecó sobre si misma.

Las horas siguientes transcurrieron en silencio, mismas sensaciones aumentadas, asco disparado. Desesperación al por mayor. Incomodidad, olores fétidos. Zumbido de una mosca, que de alguna manera lograra escabullirse hacia donde Nella estaba.

El sueño y el agotamiento mental la vencieron.

Había un lugar hermoso, campos maravillosos con árboles floridos, sus ramas largas y coronadas con pequeñas flores rosadas, daban la impresión de ser un túnel, por el cual pasaba Nella corriendo, llenándosele el cabello de los pétalos de aquéllas. El aroma y el lugar le recordaron a los cerezos del huertito de su abuelo.

Una sacudida por el brazo la sacó de trance.

Alguien le sacaba sus prendas a tirones, con insultos y maltratos. No solo asustándola más, sino desconcertándola sobre manera. Le fueron arrancadas una a una hasta dejarla desnuda totalmente. Sentía asco de la persona que lo hacía al sentir sus manos sobre su piel.


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