Era un hombre delgado y alto, de cabello rubio, 45 años aproximadamente, de aspecto bonachón.
-Oiga, oiga. ¡Chiquilla despiértese, está soñando!- su voz era muy brusca.
Ella dio un sobresalto y sudorosa, confundida y avergonzada. Miró al extraño, agradeciendo le hubiese despertado. El hombre se fue.
Tan enfrascada estaba en recoger sus cosas y retirarse del lugar, que no se percató de quién pasaba, iba o venía.
Se puso de pie, tomó su mochila y caminó presurosa. Debía llegar a casa. Era tarde y el sol bajaba hacia el oeste brindando al ambiente un atardecer hermoso. Tornando el cielo de un rojo fuego, pareciera que cada nube en él, había sido pintada a mano, con esos matices naranjas volcánicos que daban la ilusión de ser lava flotante.
Decidió tomar un atajo y caminó por calles nunca antes transitadas por ella, haciendo una especie de zigzag que le ayudara a retornar a su destino ganando tiempo. Era un barrio de ricos, ajeno al suyo.
Mientras sus pasos avanzaban, ella observaba su entorno. Veía curiosa los jardines en las casas, algunos portaban flores finas de delicado aroma y arbustos recortados en extraordinaria forma de animales, coordinando perfectamente con el resto de las plantas que parecían ser traídas "de un lejano lugar", mientras que los de su colonia lucían flores de varios tipos y tamaños, como crecidos al descuido, con tallos que no tenían nada de hermoso ni extraordinario.
Miraba las casas y sus distintas fachadas y texturas, los techos de loza servían de pie a algunos diseños portentosos, elegantes. Otros eran de tejas rojizas o verdes, los cuales contrastaban con los de lámina de su barrio que solo eran el sombrero de hogares más modestos. Le parecía que cada vivienda tenía personalidad y hasta aroma propio. Era una mezcla interesante. Sonrió.
Se preguntaba dónde habría quedado aquel hombre que la despertó. Quizá no agradeció, tal vez olvidó hacerlo. A esas alturas ya nada podía hacer.
Tomó del bolsillo de su ropa una goma de mascar para mitigar un poco la sed. Pudo beber un sorbo de agua en una plazuela cercana, pero ello significaba retroceder unas calles y desviarse de su objetivo. El sabor a frutas estalló en su boca, sus papilas gustativas se impregnaron totalmente desde la punta de la lengua, hasta acariciar la garganta, eso era delicioso. El azúcar llegó hasta su cerebro, encendiendo las adormiladas neuronas y programándolas para cantar, de inmediato comenzó a hacerlo, era algo que sabía hacer muy bien, realmente le gustaba. Deseaba ser cantante y viajar por el mundo con su voz, conocer muchos lugares los cuales solamente había visto en libros y fotografías.
Por el camino no había nadie, solo ella, y sintiéndose dueña y señora de los alrededores, elevó el canto, sin interesarle que alguien pudiese escucharla. Interpretaba de tal manera, que hacía suyo el escenario asfáltico. Cerraba los ojos y abría los brazos en un ademán de grandeza.
El aire sopló con fuerza, propiciando que las nubes chocaran y abrieran paso a la llovizna... Luego la lluvia arreciaba contra el pavimento, y su cuerpo sobre el.
Nella cantaba, apoderándose de la tarde, la lluvia y la calle. Su ropa estaba mojada y pesada. Su piel se veía blanca, casi plateada. El cabello antes rizado y revuelto, se le pegaba escurrido a la cara, intensificando el aroma del champú. Estaba feliz, fueron ella y ese mágico momento.
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Silente
Mystery / ThrillerUna adolescente común, viviendo una vida normal y tranquila. Al cabo de unas horas todo habrá de cambiar para ella.