III

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La amistad con Andrew fue creciendo rápidamente, su compañía era tan agradable, que no dejaba que pensara en nada más, era como entrar a una burbuja especial donde solo él y yo estábamos. Siempre estábamos entretenidos hablando de cualquier cosa, éramos muy diferentes pero cada día aprendía algo de él y cada fase que mostraba ante mí, me sorprendía más y más.

En una ocasión me contó que no fue ciego toda la vida, a sus doce años, él y su padre tuvieron un accidente en el auto y él no llevaba cinturón, así que su cara dió con el parabrisas y unos cristales dañaron su visión.

—Pasaron dos años antes de volver a verle sentido a la vida —había dicho.

—¿Qué te hizo recapacitar?

—Escuchaba llorar a mi madre cada noche —respondió en un susurro—, y supe que no estaba obrando bien con ella. Que aún con todo, ella agradecía que yo hubiera sobrevivido y que si había gente con peores dificultades que eran felices, yo no tenía porqué no serlo.

Su visión de la vida me sorprendía mucho, a pesar de no percibir nada con sus ojos, captaba la esencia de la cosas, apreciaba los mínimos detalles y acogía con amor cada segundo que respiraba. Realmente admirable.

Así pasaron dos meses, nos veíamos casi a diario en la biblioteca y lo de leer dejó de ser el motivo principal de mi asistencia frecuente. Siempre tuve la curiosidad de como hacía para... Bueno, para todo en general. Como llegaba a su casa, como hacía para estar sólo todo el tiempo; pero me pareció imprudente preguntar, así que decidí no decir nada, pensaba que tal vez algún día saliera el tópico de conversación y lo sabría.

Había tenido el impulso en un par de ocasiones de pedirle que saliéramos de la biblioteca, no como una cita sino para... no se... Dejar de estar adentro todo el tiempo; pero no había reunido el valor suficiente aún. Un día fué él quien tomó la iniciativa.

—Hoy hace sol —afirmó y levantó su mano al aire, donde los rayos del astro tocaban su piel—, ¿quieres ir a la cafetería?.

Mis ojos se iluminaron y sonreí tan ampliamente que agradecí que no pudiera verme; habría sido vergonzoso. La sonrisa duró seis segundos, porque añadió:

—No es una cita ni nada. Solo para respirar aire puro.

Disimulada e inexplicablemente, me desinflé; no sé que estaba esperando pero me sentí ligeramente decepcionada. Después de todo no éramos nada; ni siquiera me gustaba. Es solo que era agradable tener un amigo sincero. Y esa frase me sonó más a «Jamás saldría contigo» y eso no es bonito de oír de parte de nadie.

—Claro, ¿por qué no?

Se levantó del sillón y extendió el tiento, salió el primero y yo lo seguí; al llegar a la cafetería el señor que atendía lo saludó.

—Hola, Andrew.

—Señor Hawit —saludó Andrew.

—Hoy vienes acompañado —agregó el amable señor—, ¿quién es esta señorita?

Me sonrojé por ese simple comentario, fue Andrew quien me presentó.

—Ella es Ashley, es una amiga de la biblioteca —extendí mi mano y de la estreché al señor, Andrew preguntó— ¿La mesa de siempre está desocupada?

—Sí, muchacho. Aprovecha hoy que hace buen día.

—Por eso salimos —repuso.

Andrew iba adelante mío y conocía a la perfección el camino hasta una mesita en una de las esquinas, le daba el sol en todo el centro, tanteando la silla, se sentó y yo lo hice en la silla de enfrente.

A través de tu alma© •|TERMINADA|•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora