IX

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El auto de los Aldhrist era un Audi negro, bastante lindo y su chófer, Joseph, era un señor ya entrado en años, muy amable que me pidió la dirección y se puso en marcha.

Llegamos a mi casa y los nervios arremetieron en mí, haciendo que se acelerara mi corazón y comenzara a sudar, de repente la chaqueta de Andrew se me hizo inmensamente calurosa. Bajamos y le tomé la mano, en la otra mano llevaba su bastón y caminamos hacia la entrada. Saqué las llaves y abrí la puerta.

—¡Mamá! —grité hacia adentro— Ya llegamos.

—¡Ya voy! —respondió desde la cocina.

Nos dirigí hacia la sala y nos sentamos en el sofá.

—Escucha —susurré—, mi madre puede ser un poco... imprudente... Solo... No le prestes tanta atención...

—Gente imprudente rodea mi mundo, Ash —respondió sonriente—. No creo que logre sorprenderme.

—Pero sí avergonzarme —siseé.

Y el poder de la palabra se hizo presente, mi madre fue totalmente​ lo que deseaba que no fuera. Salió de la cocina en pijama y con su cabello hecho un caos, se acercó y empezó mal.

—Tu debes ser el amigo ciego de mi hija —fueron sus palabras de presentación—. Lo lamento tanto.

—¡Dios mío! —susurré como un lamento. Sin embargo Andrew sonrió divertido.

—No tiene porqué señora Brenner, estoy bien.

—Aun así...

—Mamá, dijo que está bien —acoté abriendo los ojos en un gesto que imploraba discreción.

—¿Quieren tomar algo? —ofreció.

—Claro, ma —respondí y me levanté—. Yo te ayudo a traer un jugo —me levanté del sillón y me volví a Andrew—. Ya vengo —asintió y tomé a mamá del brazo.

Entramos a la cocina y la solté, con el ceño fruncido, empecé a hablar.

—¿Qué haces mamá? —mi voz era casi un susurro— ¿Por qué no te has arreglado? Ni siquiera te has duchado...

—El no puede verme —se defendió en voz alta.

—Pero sí escucharte —objeté.

—Es amable —halagó mi madre—. Tal vez algún día sea tu novio...

—Ya lo es —bajé la cabeza.

—¿Qué pasó anoche jovencita? —casi gritó. ¡Jesús! Por eso no traigo a nadie a casa.

—¡Mamá! No pasó nada —el nivel de vergüenza era máximo, casi me pongo a llorar de rabia—. Solo compórtate, ¿sí?

—Mi bebé tiene novio —se le aguaron los ojos y yo resoplé con resignación—, creces muy rápido, mi niña.

Omití esos comentarios y tomé dos vasos con jugo, salí de nuevo y me senté junto a Andrew.

—Lamento eso —me disculpé.

—Tu madre me agrada —dijo—. Es divertida.

—Espero que encuentres a mi padre divertido también.

—¿Qué podría...? —no terminó cuando la voz de papá llegó desde el piso de arriba.

—¡¿Ya llegó la ratona con su amigo ciego?! —su grito casi hace que saliera corriendo de allí.

—No puede ser —susurré metiendo la cara en las manos.

—¿Ese es tu papá, ratona? —preguntó divertido. Yo no le veía la gracia por ningún lado. Y creyendo que no podía ser peor, mi mamá respondió desde la cocina a grito herido también.

—¡Sí! ¡Y no es su amigo... Es su novio!

—¡¿Como que novio?! —tronó mi papá y escuché los pasos bajar la escalera. La sonrisa se le borró a Andrew de la cara.

—Ahora sí, hazte el valiente —dije un segundo antes de que papá llegara.

—Hola, hija —saludó y luego miró a Andrew—. Él debe ser Brandon.

—Sí —balbuceó mi novio—. Digo, no... Soy Andrew, señor Brenner.

Se había levantado de la silla y se dirigía a donde le llegaba la voz de papá.

—Papá, él es Andrew Aldhrist —haciendo acopio de mi paciencia, tomé a Andrew de la mano y lo acerqué a papá—. Andrew, él es mi padre, Roberto Brenner.

Mi acompañante estiró su mano al aire y papá la tomó, creo que la apretó más de la cuenta porque Andrew hizo un ligero gesto de dolor.

—¿Así que eres novio de mi hija? —su tono era de padre celoso, rodé los ojos por su actitud.

—Sí, señor —sus manos temblaban levemente y la voz le salía cortada.

—Papá, es suficiente —sentencié—. No seas pesado.

—Bien —convino—. Lo siento, Andrew, es mi única hija y vi en una película que debería estar celoso del primer chico que traiga a casa.

La expresión de Andrew fue incluso cómica, papá esbozó una sonrisa y se fue a la cocina junto a mamá. Ayudé a Andrew de nuevo a sentarse y solté una carcajada, él hizo lo mismo y reposamos la espalda en el sofá, yo me acomodé sobre él un poco y el pasó su brazo por mi espalda.

—¿Ya te arrepentiste de ser mi novio?

—Aún no —acarició el dorso de mi mano con sus dedos—. Solo falta que me presentes a tus amigos y ahí veremos.

—No lo creo...

—Oh, ¿No quieres presentarme a tus amigos? —se escuchó triste.

—No... —dije— Si los tuviera te los presentaría, pero no tengo, así que...

—¿Es en serio?

—Bastante en serio —afirmé—. Tu eres una rareza por hablar conmigo —bromee—. Aunque... Tengo una amiga, Michell... Si ella no te espanta, eres el indicado.

Lo dije en chiste pero me mordí la lengua al decirlo, ¡llevábamos solo un par de horas de novios! Pero de nuevo se lo tomó con gracia.
Nos quedamos al almuerzo y luego él se fue a su casa con Joseph. En la noche me llamó a desearme buenas noches. Todo era hermoso con él.

Al otro día en el colegio, le conté todo a Michel, desde que salí de mi casa a la suya, hasta que se fue con el chofer en la tarde del día anterior.

—¿Te leyó poemas? —preguntó con ojos soñadores, yo asentí— Eso es tan romántico. Y, ¡te hizo bailar!

—Fue muy dulce —tenía todos los síntomas del enamoramiento, incluyendo la distracción en clases y la sonrisa permanente.

—Y... ¿Qué sientes por él? —cuestionó con una sonrisa pícara— ¿Te acostaste con él?

—¡Michell! —regañé— Por Dios, no. Él es diferente... Él es... perfecto y creo que me estoy enamorando.

—¡Tienes que presentarlo! —ordenó— ¿Cuando lo veré?

—No lo sé, Michell...

Solo de una cosa estaba segura: él me hacía ver todo de mejor manera, más colorido y más feliz.

A través de tu alma© •|TERMINADA|•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora