Regla #8: Afina tu puntería.

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Mamá tomó el volante cuando nos pusimos en marcha y yo me pasé al asiento detrás de ella para que papá pueda reclinar el asiento del copiloto. Larissa es más pequeña, por lo que el respaldo no le estorbaba cuando ninguna de las dos quiso ponerse en el asiento de en medio.

El incidente de la ventana rota parecía haber tenido lugar una eternidad atrás, por lo que la mancha de sangre no me perturbaba tanto como pensé que lo haría, pero seguía siendo sangre.

—Quiero ir al baño —dijo Juanito desde atrás.

—Te dije que fueras antes de salir —le respondió mamá.

—Es que no tenía ganas.

—¿Quieres que me pare a un lado de la carretera?

—Eh... No.

—¿Te esperas a que encuentre una gasolinera?

—Sí.

—¿Una de ustedes quiere ir, niñas?

—Yo —dije.

—¿Y tú, Larissa?

—No.

—Okay, no ha de faltar mucho para que encuentre una.

Justo entonces papá soltó un ronquido enorme, que, tras un par de segundos en silencio, nos hizo reír a mis hermanos y a mí.

• • •

Efectivamente, no tardamos en ver a lo lejos la señal de una gasolinera, pero desde mucho antes de alcanzarla es obvio que no estaba abandonada como la anterior, pues estaba llena de carros. No debe de ser un buen augurio si tenemos en cuenta cómo han terminado nuestros encuentros con cualquier otra persona, sana o no.

—No nos queda mucha gasolina para otro rato —comentó papá enderezando su asiento.

—Ni mucha agua —añadió mamá. La camioneta se detuvo.

Papá me miró por el espejo retrovisor y noté cierta indecisión en él, lo que multiplicó por mil la mía. ¿En quién confiar para que tomara la decisión correcta si no era en él? Mamá tampoco parecía muy entusiasmada, aunque desde mi lugar sólo pude ver de ella sus nudillos blancos apretando el volante.

—¿Tienes bien la pistola, Sonia? —me preguntó papá sin apartar la vista.

Yo asentí inmediatamente. Desde el momento en que me la dio por primera vez había sido demasiado consciente sobre su presencia, y en cuanto nos subimos a la camioneta empezó a molestarme mucho a la hora de apoyarme en el posabrazos de la puerta.

—Pónganse el cubre bocas —nos dijo mamá subiéndose el suyo, y prosiguió a pisar levemente el acelerador.

Por la ventana de Larissa vi varias siluetas agrupándose, no eran muchas, pero sabía que eran personas sanas debido a que no habían tratado de alcanzarnos antes de que nos estacionáramos en la entrada. Conté doce para cuando un policía golpeó la ventana del copiloto con la punta del dedo.

—¿Para dónde van, familia? —preguntó con un acento que me pareció muy chistoso.

—A Ensenada —respondió papá—, tenemos un rancho allá.

—¿Necesitan gasolina?

—¿Todavía tienen?

—Así es, pero me dicen que en el norte las cosas están mucho peores.

—Usted no se preocupe.

—¿Seguros?

—Sí.

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