9. La danza más antigua.

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Amelia

Y aquí sigo, plantada frente a su puerta, sopesando si me voy o me quedo.
¿Pero de qué va?
Joder, estoy muy confusa. Quiero quedarme y acabar lo que habíamos empezado, pero al mismo tiempo tengo ganas de irme y dejarlo esperando a que llame a su puerta. Y más después de como me ha echado de su casa. Por qué me ha echado. Me ha sacado al pasillo, me ha dado un beso y me ha cerrado la puerta en las narices.
<No te enchicharres más, Amelia. Respira.>

Respiro hondo.
Vuelvo a respirar.
Y lo hago otra vez. Pero esta vez pico al timbre.
Se abre la puerta. Y no miento cuando digo que mi mano cobra vida, se alza por si sola y le planta un sonoro tortazo.

- Y ahora vas y me cierras la puerta otra vez en la cara.

La cara de Alec es... es... de incredulidad total, de enfado y confusión.
Me agarra del antebrazo y me mete en su casa de una manera un poco brusca.
<Normal, reina.¡Le acabas de pegar una ostia de cuidado!> dice mi Pepita con cierto rintintin en el tono.
Cierra la puerta de mala leche. Y su semblante cambia por completo.
Empiezo a pensar que de aquí no salgo con vida.
Mi corazón empieza a latir con fuerza y mis pulmones piden más oxígeno del que les entra, así pues, comienzo a hiperventilar.
Pero me deja estupefacta cuando me estampa contra la pared y comienza a besarme con ímpetu.
Duelen.
Su besos me duelen en el corazón y no entiendo el porqué.
Vuelvo a ponerme como una moto en menos que canta un gallo.
< La verdad es que ya lo estabas de antes y que poco te hace falta para ponerte a tono. Seamos francas.>
Pasea sus manos por mis muslos mientras seguimos basándonos.
Un escalofrío recorre mi columna vertebral.
A mi me cuesta reaccionar, pero en seguida me pongo al día en el marcador de caricias. Deslizo mis manos desde su cara, que la tenía entre las mías, lentamente por el cuello llegando a sus hombros. Continuo con el descenso por su espalda y llego a su trasero.

<Ay Dios! De aquí sale el acero para los barco!>

<No te flipes tanto, monada! Cierto es que tiene el culito prieto. Pero que de aquí sale el acero para los barcos... vamos a dejarlo a parte>

Vuelvo a deslizar mis manos por su espalda, y cuando menos me lo espero tengo que pasar mis manos alrededor de su cuello por que me alza en volandas poniendo sus manos en mis nalgas, a la par que las aprieta cuidadosamente pero con firmeza y mis piernas automáticamente rodean su cintura. Con una de sus manos en la parte baja de mi espalda aprieta mi cuerpo contra el suyo. Su excitación queda justo en mi sexo. Voy a explotar en cualquier momento.

Se gira con pericia y me empotra contra la pared del recibidor. Separo mis labios de su boca y suelto un pequeño gemido. Parece que llevamos tiempo ensayando y practicando la danza más antigua del mundo, y eso me asombra.

- ¡Perdona! Es que no me puedo controlar, me vuelves loco, Amelia.- me dice con su voz una octava más aguda.

Piensa que mi gemido ha sido de dolor. En parte sí, pero es que yo estoy igual que él.
Caliente a más no poder. Y esto va en aumento.

Le agarro de la cara y vuelvo a besarle.

- No pares.- Le exijo entre jadeos. Me baja lentamente al suelo mientras nuestros besos nos van encendiendo aún más si eso es posible. Entre besos y tocamientos,nos vamos desprendiendo de la ropa del otro. Antes de que le baje los pantalones una de sus manos se desliza al bolsillo trasero del pantalón y saca un paquetito plateado. <Menos mal que ha pensado él en el condón, porque seguro que a ti ni se te ha encendido la bombilla .> - Hombre precavido vale por dos.- comento susurrando, lo que no se si se lo digo a mi Pepita Porculera, a él o a mí.

Se pone el preservativo con una sonrisa picara dibujada en su cara. Cuando vuelve a mirarme a los ojos en los suyos está reflejada la lujuria en estado puro.

De ImprovistoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora