La furia del fuego.
La inflamable madera.
Las inmisericordes llamas.
Un infierno en otro infierno.
—¡Ayuda, ayudadme! —gritaban los pocos que seguían respirando, y él los ignoraba—. ¡Por favor! ¡Ayuda!
No era porque no quisiera acudir a su rescate. Simplemente, no podía salvar a otros si no se podía ni salvar a sí mismo.
Correr con todo lo que pudiera.
Huir si no quería arder en el infierno.
Sobrevivir por instinto.
Tres palabras que calaban profundamente en su mente. Debía escapar, alejarse, hacer cualquier cosa...
Incluso dejar a los suyos atrás para resguardarse. Ser un cobarde, un traidor y que la conciencia le recordara siempre su poca heroicidad.
Pero, ¿acaso era él un héroe? No tenía ninguna clase de poder, era vulnerable como todos los demás y tan solo era un niño con mala suerte en la vida que en esos momentos estaba aterrorizado.
Tenía miedo a ser devorado por las llamas. Y ese terror a perder la vida era su motor, su razón de moverse. El motivo por el cual no había caído desplomado en el suelo, por lo que se volvía a levantar aún con lágrimas en los ojos y raspones de toda clase.
Con el tiempo, segundos después de comenzar su improvisada maratón para salvar la vida, el temor empezó a convertirse en rencor.
Un profundo e intenso odio se instaló en su corazón, el cual ya poco tenía de inocente, y una insaciable venganza le hacía sentir su garganta seca, como si la escasa agua que tomaba diariamente se hubiera esfumado de su cuerpo.
Quizá era por la carrera. Tal vez, tenía sed de sangre. De ver a quienes habían provocado eso, todas las injusticias, cayendo uno a uno.
Porque no le hacía falta una exhaustiva investigación para saber quiénes eran los responsables de aquel horripilante incendio que azotaba todo cuanto encontraba.
—Ayuda... —sollozó una dulce voz, infantil. Más infantil que la suya propia.
Un niño... Oh, demonios.
Frenó en seco, las llamas acercándose peligrosamente rápidas por detrás suya, queriéndose unir a aquellas que rodeaban a un pequeño castaño con quemaduras en su cabello. Su blanca tez manchada con negro carbón y sus desgarradas ropas a punto de ser incineradas.
Quizá no podía ni salvarse a sí mismo, pero no se permitiría ser como ellos. No dejaría a aquel crío incendiándose vivo.
Se adentró como pudo en el círculo ígneo que estaba alrededor del infante y lo cargó en sus brazos. Pesaba poco pese a que su diferencia de edad no debía pasar de los dos o tres años.
Aunque en ese momento no se puso a pensar acerca del peso del niño. Solo sabía que debía salvarlo, como fuera, de las llamas hambrientas de sus vidas, buscando combustible.
El barrio entero ardía, y definitivamente era el infierno dentro de otro. El lugar en el que se habría criado quedaría reducido a cenizas, sí, pero no era que tuviera los mejores recuerdos que un niño de diez años debiera tener.
Aunque en su sociedad, nada era como debía ser.
Las rejas que los separaban de la salvación estaban, como de costumbre en la medianoche, cerradas. Sin embargo, los guardias del otro lado parecían agotados, hecho que hizo sospechar al niño.
«La valla». Así llamaban a esa inmensa reja que impedía su paso a la zona de la ciudad «decente» cada noche. Las puertas se cerraban cuando el sol acababa de ocultarse, y pobre de ti cómo te pillasen en el otro lado.
Se distinguían fácilmente. Cada uno llevaba una especie de adorno metálico en la pierna imposible de sacar sin la llave, que solo los guardias tenían y que se le ponía a cada persona —si podían considerarse al menos y así— que pasaba de un lado a otro. Ninguno de los de la parte buena se dignaba a pisar ese sucio suelo del otro lado, así que ellos nunca se lo debían poner.
Así se distinguía su sociedad. Entre ricos y pobres, una división que sabían las estrellas cuándo se había creado. Simplemente estaba ahí cuando varias generaciones nacieron, ninguna sin poder cambiarlo. Entonces todo dependía de tu suerte.
Si nacías dentro de la valla, vida solucionada.
Si nacías fuera, infierno asegurado.
—¡Abrid la puerta! —golpeaban el objeto con fiereza los habitantes que habían conseguido escapar como ellos.
Sin embargo, los guardias poco caso hacían. Eran tres las personas desesperadas por irse de ahí. Solo tres en esa puerta, ¿cuánta habría en las demás? ¿Cuántos niños, hombres y mujeres estarían desesperados mientras aquellas inhumanas personas ignoraban su miedo y sufrimiento?
—¡Abrid la puerta! ¡Por favor! —el pequeño que llevaba en brazos empezó a gritar en cuanto los tres habitantes habían desistido y se habían ido a buscar otra puerta.
Las llamas estaban cerca... demasiado cerca. No había nada que hacer. Estaban sentenciados, muertos como la plaga que eran para la sociedad. Lo mucho que podían hacer los habitantes, en un inútil y desesperado intento de sobrevivir, era encaramarse a la valla como podían y rezar a quién supieran.
Pero entonces, como si un milagro sucediese de pronto, la puerta se abrió y ambos les dejaron pasar sin ningún problema. No se creía su suerte, ¿estaban acaso compadeciéndose de dos pobres diablos?
No se quedó a averiguarlo. Lo sentía por el pequeño, pero debía buscarse las castañas solo, tal y como haría él.
Aprovechó la atención anómala que los hombres le prestaban al chiquillo de cabellos castaños para dejarlo en el suelo y luego corrió hacia la parte buena sin dejar que lo ficharan.
En medio de la noche, tras superar la misma muerte dejando el infierno atrás, salvando a una vida que luego habría abandonado y sabiéndose a salvo gracias a algún milagro, sus piernas desfallecieron y el cuerpo de un niño de diez años se podía divisar en medio de un parque lleno de maleza, apenas iluminado por la luna.
Porque pese a haber salvado la vida, no sabía cómo iba a continuarla por su cuenta en un sitio donde no tenía nada ni conocía a nadie...
Pero en los sueños, nada es imposible.
• • •
Bien, aquí está mi cap. Lo he puesto como prólogo y tiene 1003 palabras. Sí, rozándose con el mínimo XD.
Como es tema libre... Poz eso. Que no sé qué decir para calificar esto XD.
ESTÁS LEYENDO
Polaroid
FanfictionSi había algo que repudiaba a su corta edad de diez años, era a esos malditos nobles. Hipócritas, falsos, ladrones y asesinos sueltos a los que la justicia no tocaba por su posición social. Y los más detestables entre la repugnante nobleza, era la r...