Capítulo 4

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Cada día que pasaba, el reino estaba cada vez más alarmado.

El albino echó la última calada a su cigarro antes de tirarlo y aplastarlo contra el suelo. Le lanzó una moneda al chico de los periódicos para que le diese uno.

Lo atrapó al aire. Los juglares ya lo cantaban en la plaza de la zona neutra, pero que las noticias vinieran del Periódico Real, en el que trabajaban con más magia que los neutros jamás verían, lo hacía aún más veraz que la palabra de los cantantes.

Más incendios. Y el que los provocaba era ambicioso, cada vez escalaba más alto -y eso que habían empezado a los alrededores de la zona de magos-. Las investigaciones seguían, pero nadie sabía nada y nadie había visto nada.

La sociedad empezaba a preocuparse. Es decir, un loco andaba suelto por las calles del reino, y si los magos, que eran poderosos, no podían hacerle frente... ¿Quién lo haría?

-¿Problemas para la monarquía?

No se alarmó ante la repentina voz, pues conocía el mal hábito de ese muchacho. Le encantaba cogerle por sorpresa, pero la costumbre ya había hecho que Byakuran perdiese el susto.

-Se te ve alegre -respondió ante la sarcástica sonrisa del chico.

-Y lo estoy. Es maravilloso.

-Eres la persona más monárquica del mundo, se nota.

-Oh, ¿recién te das cuenta? -manteniendo su sonrisa, se metió en la boca la mitad de un malvavisco.

Byakuran rió. Mukuro adoraba provocarle.

-Que yo sepa, eso es mío.

-Pues no lo cuidas muy bien -con el índice, metió el resto del dulce en su boca.

Pese a la diferencia de edad, Mukuro era ligeramente más alto que Byakuran, y esto el albino lo sabía aprovechar para devolverle sus piques.

Le tomó del cuello de la camisa blanca e hizo que sus ojos quedasen enfrentados y sus rostros peligrosamente cerca. Vio que el rojo que se extendía por su rostro, y se sintió satisfecho.

-No sé si sabes que no me gustan que toquen mis cosas. Especialmente las que me gustan. ¿Qué harás para compensarme?

Sonrió con burla al ver la intensificación de su rubor, y de una leve maniobra le hizo caer al suelo.

-¡Hey!

Los ojos violetas de Byakuran brillaron con diversión al verle levantándose del suelo con una mueca en su rostro.

-Vamos, que tenemos que empezar a amasar -con el periódico enrollado en mano, señaló el interior de la panadería.

-Qué malas maneras -rodó los ojos y dio media vuelta, entrando de nuevo a la tienda.

Byakuran sonrió mientras abría el periódico, siguiéndole a paso lento. La confirmación de lo que antes eran solo rumores solo agravaba más la situación.

Había un nigromante en el interior del reino, y podría ser cualquiera.

•~•

La magia grisácea era útil. Te permitía tener cierto nivel de vida, mejor que los neutros y muchísimo más que la de los nigromantes.

Sin embargo, eso no sucedía si eras un bastardo. Una persona no reconocida por la sociedad. El resultado de algo que no debió suceder.

Toda la población de la zona de magos le miraba con malos ojos, por sus orígenes desconocidos y su magia heredada. A veces, habría deseado no haber tenido magia, porque si hubiera sido así, su madre no hubiera vivido hasta la muerte con la carga de que la gente le mirase como si no valiese nada.

Cómo si ella hubiese escogido esa vida.

No era tonto, sabía de dónde venía. Era la persona menos deseada del mundo, sobre todo por su madre, pero ella le dio todo su amor. Y eso le hacía merecer más respeto que a cualquiera de los magos que la criticaban.

A raíz de su muerte, procuró no acercarse demasiado a la zona de magos. No quería que le vieran, y mucho menos que le reconocieran, así que se dedicaba a ganarse la vida en la zona neutra, donde nadie sabía quién era y si tenía magia.

Pero con el tema de los incendios, la idea de ir se hacía muy atractiva por la información que podría recaudar.

-¿Me das un periódico?

Unos ojos castaños le miraron con una sonrisa amable. Pestañeó un par de veces ante él y sonrió con su mejor expresión

-Claro -extendió la mano y el muchacho le dio dos monedas. Dudó si sacarle de su error, pero no podía quedárselo si luego lo necesitaba-. Sólo es una moneda.

Le dio el periódico y una de las monedas. El chico de ojos marrones le aceptó el periódico, pero rechazó el oro.

-Quédatelo. Es para ti.

-Gracias... -pestañeó sorprendido, pero luego la sonrisa se esbozó en todo su rostro.

Una propina. No le venía nada mal, teniendo en cuenta el alquiler atrasado que tenía que pagarle pasado mañana al casero.

Guardó las monedas en su bolsillo y anunció el titular de nuevo, con más entusiasmo que antes mientras veía al extraño chico alejarse.

Se ajustó su gorra al ver que se había dado cuenta de que le estaba mirando, y observó a otro cliente con una sonrisa. Pasados unos minutos, sin embargo, miró de reojo.

El chico ya no estaba ahí. Se preguntó cuánto dinero tendría para ir dejando propinas, y qué haría alguien así en la zona neutra. Pero no era asunto suyo.

Él solo era el chico de los periódicos.

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⏰ Última actualización: Jul 03, 2018 ⏰

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