Bueno, pegué un respingo y me desmayé. ¡Encerrados en un barco naufragado con una banda de asesinos!Pero no quedaba tiempo para andar con lloriqueos. Ahora teníamos que encontrar el bote y quedarnosnosotros con él. Bajamos temblando y tiritando por el lado de estribor y tardamos mucho: pareció que pasabauna semana antes de llegar a popa. No se veía ni señal del bote. Jim dijo que él no creía tener fuerzaspara seguir: tenía tanto miedo que ya no podía más, dijo. Pero yo le dije: «Adelante, si nos quedamos aquí,seguro que lo pasamos mal». Así que seguimos buscando. Fuimos a la popa de la cubierta superior y loencontramos; luego subimos como pudimos por la claraboya, agarrándonos a cada hierro, porque el bordede la claraboya ya estaba metido en el agua. Cuando estábamos bastante cerca del vestíbulo encontramos elbote, ¡por fin! Yo apenas si lo vi. Me sentí muy contento. Un segundo más y me habría subido a bordo,pero justo entonces se abrió la puerta. Uno de los hombres asomó la cabeza a sólo un par de pies de mí ycreí que había llegado mi hora final, pero volvió a meterla y va y dice:
–¡Bill, esconde ese maldito farol!
Tiró al bote un saco con algo y después se subió y se sentó. Era Packard. Entonces salió Bill y se metióen el bote. Packard va y dice:
–Listos... ¡empuja!
Yo apenas si me podía agarrar a los hierros, de débil que me sentía. Pero Bill va y dice:
–Espera... ¿le has registrado?
–No. ¿Y tú?
–No. O sea que todavía tiene su parte de dinero.
–Bueno, pues vamos allá. No tiene sentido llevarnos las cosas y dejar el dinero.
–Oye, ¿no sospechará lo que estamos preparando?
–A lo mejor, no.
Así que desembarcaron y volvieron a entrar. La puerta se cerró de un portazo porque estaba del lado escoradoy al cabo de medio segundo yo me encontraba en el bote y Jim se metió a tumbos detrás de mí. Saquéla navaja, corté la cuerda, ¡y nos fuimos!
No tocamos ni un remo ni hablamos ni susurramos, y casi ni siquiera respiramos. Bajamos deslizándonosmuy rápido, en total silencio, más allá del tambor de la rueda y de la popa, y después, en un segundo o dosmás, estábamos cien yardas por debajo del barco y la oscuridad lo escondió sin que se pudiera ver ni señalde él; estábamos a salvo y lo sabíamos.
Cuando nos encontrábamos a trescientas o cuatrocientas yardas río abajo vimos la linterna como unachispita en la puerta de la cubierta superior durante un segundo y supimos por eso que los bandidos habíanvisto que se habían quedado sin el bote y empezaban a comprender que ellos mismos tenían tantos problemascomo Jim Turner.
Después Jim se puso a los remos y comenzamos a buscar nuestra balsa. Fue entonces cuando empecé apreocuparme por los hombres: calculo que antes no había tenido tiempo. Empecé a pensar lo terrible queera, incluso para unos asesinos, estar en una situación así. Me dije que no sabía si yo mismo llegaría algunavez a ser un asesino y entonces qué me parecería. Así que voy y le digo a Jim:
–La primera luz que veamos, desembarcamos cien yardas por debajo o por encima de ella, en un sitiodonde os podáis esconder bien tú y el bote, y después yo iré a contarles algún cuento y conseguir que alguienvaya a buscar a esa banda y sacarlos de su situación, para que puedan ahorcarlos cuando llegue elmomento.
Pero la idea fracasó, porque la tormenta volvió a empezar en seguida, y aquella vez peor que antes. Lalluvia caía a chuzos y no se veía ni una luz; calculo que todo el mundo estaría en la cama. Bajamos por elrío buscando luces y atentos a nuestra balsa. Al cabo de mucho rato, escampó la lluvia pero continuó nubladoy seguían viéndose relámpagos, y uno de ellos nos indicó algo negro que flotaba por delante y nosdirigimos allí.
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Las aventuras de Huckleberry Finn
ClásicosEsta novela constituye no sólo la culminación de la narrativa de Mark Twain, sino también una de las obras maestras, junto a Moby Dick, de la novela norteamericana. Clásico entre los clásicos, Mark Twain, con su sentido del humor y su prosa ágil, pr...