La calurosa noche veraniega del veintiséis de junio de 1992 fue la noche en la que Benjamin Preston, un hombre de veinticinco años de aspecto delgado, pálido, de cabello oscuro peinado muy correctamente, sin zapatos y vestido con un elegante traje negro manchado de lodo por todas partes se convirtió en un vampiro, una criatura siniestra condenada a vagar para siempre en la oscuridad.
Pero aquel no era el único problema. Benjamin aún podía sentir el ardor, una incesante quemazón que llegaba desde su garganta, atravesando todo el tubo digestivo hasta llegar a su estómago. Tenía hambre. Ese era un problema mayor, porque Benjamin tenía bien claro cual era el único alimento posible para los vampiros como él. Una materia líquida, de color rojiza oscura, de espesor variable, cálida, que llenaba aproximadamente seis litros en todos los seres humanos sobre la faz de la tierra, permitiéndoles vivir: sangre.
La sola idea le pareció repugnante. Se imaginó bebiendo de la garganta de alguna persona, sintiendo aquel líquido caliente, agrio y totalmente delicioso... El chico sacudió su cabeza ante aquella idea, aunque no era el todo disparatada. Él había probado sangre una vez, cuando fue atacado por Vanessa, la vampiro que prácticamente lo obligó a tener sexo con ella a cambio de que lo dejara en libertad. En aquel momento era humano, pero aún así, la sangre que le dio de beber la hermosa inmortal le pareció deliciosa, llena de vida.
Se puso de pie del banco en el cual había estado sentado por casi una hora, tratando de comprender bien qué era lo que había sucedido. Benjamin Preston era la persona más lógica e irritante que alguien pudiera conocer. No entendía las indirectas, jamás sonreía y no bromeaba de ninguna manera. Si alguna vez algo le resultaba gracioso, mostraría una simple mueca en sus delgados labios, pero en ese momento no había un motivo de gracia, por lo que la cara del chico estaba impasible, seca, carente de toda expresión. Pero su cerebro trabajaba a toda máquina, o al menos todo lo que el ardor que le provocaba el hambre le dejara.
'Tengo que hacerlo. Tengo que alimentarme, lo necesito.' pensó, mientras se tocaba el abdomen, sintiendo como su interior crujía y se retorcía, pidiendo a gritos algo de tomar. Lentamente, se puso de pie y observó a su alrededor.
Todo lo que veía era de colores tan extraños que le daba la sensación de estar en otro planeta. Con el cielo de color violeta oscuro, el césped con tonos azulados, y las lámparas que iluminaban el cementerio de Green-Wood. Eso fue lo más impresionante que Benjamin había visto alguna vez en su vida. Podía ver perfectamente el filamento metálico que producía la luz en la enorme bombilla, ardiendo lentamente. Hasta el ligero ruido que producía la electricidad llegaba a los oídos de Benjamin. Entonces, mientras observaba absorto, detectó un olor que le abrió una herida el estómago, haciendo que se tirara repentinamente al suelo.
'¡Me duele horrible!' pensó el chico mientras se retorcía en el suelo, emitiendo ligeros quejidos.
Jamás en su vida había sentido aquel dolor, era una sensación insoportable. Benjamin Preston sentía que no había comido algo en años, pues su estómago le rugía y se revolvía salvajemente. El olor desapareció, y con él, el dolor de estómago que había atormentado al chico durante varios minutos. Unos minutos que él había creído eternos. Se puso de nuevo de pie, y comenzó su búsqueda para salir del cementerio.
Caminaba lentamente sobre el césped húmedo por los rociadores que aún seguían funcionando, alimentando de vida al suelo que cubría a la muerte. Podía sentir cada hoja bajo sus pies, con aquella suavidad filosa. Sus calcetines estaban empapados y le pareció curioso que no estuviera sudando, pues aquel riguroso traje no era el adecuado para caminar en una noche tan particularmente calurosa.
Entonces las vio. Dos lápidas de piedra decían claramente los nombres de sus compañeros de residencia. Ahí estaban las tumbas de Yvaine Lindberg y Andrew Burns, una al lado de la otra. En ambas, según pudo leer Benjamin con su nueva y mejorada visión, había una pequeña inscripción que decía 'Médicos Celestiales' y justo debajo de ella, estaba el símbolo de la medicina, la vara de Asclepio.
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Vrykolakas: La Venganza.
VampireEn la noche del 23 de junio de 1992, ocurrió un horrendo crimen en una residencia de estudiantes de medicina. Esa masacre es el comienzo de la historia de Benjamin Preston, un hombre con un carácter bastante diferente al de los demás. Benjamin ha vu...