Capítulo 1

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Melanie Guillén

Dos años después

Me despido de Sheila que todavía llora al verme entrar en esta larga e inmensa pasarela. Todos caminan rápido y, sinceramente, me da igual. Disfruto de esta largaría, en este blanco pasillo, de su iluminación y de cada sonrisa que brindo a cualquier persona que pasa o choca contra mí; disculpándose con un pequeño gesto.

Se siente la ilusión de las familias que viajan por primera vez juntas. Los niños corriendo y ellos detrás intentando pillarles. Parejas con las manos unidas y serios empresarios que, seguramente, irán a algún viaje de negocios. Y luego estamos los que viajamos solos, ya sea por el placer de viajar o por la obligación de huir del mundo que le ha rodeado durante años.

Con una dulce sonrisa, una de las azafatas de la puerta me pide que le enseñe el billete. Amablemente me acompaña y se lo agradezco, se podría decir que soy virgen hasta que me asiento en mi lugar correspondiente. Me alegra que me haya tocado al lado de un niño y de su madre. Solamente mirándolos sé que va a ser un viaje de lo más divertido. La inocencia de los niños es extraordinaria y no dudaría en volver el tiempo atrás para no tener los problemas de ahora. Ser adulto es severa o como dice mi tío, la vida es muy dura. Aun así, pienso que la vida nos enseña mucho y no somos capaces de entenderla hasta que no llegamos a un cierto punto de madurez.

Con el cinturón en mi cintura, preparada para mi nueva aventura, observo por la ventanilla la ciudad en la que nací y que me ha visto crecer, en la que he sido muy feliz, pero también muy infeliz.

Cierro los ojos, apoyando mi frente en la pared del avión.


Tirada en el suelo, me retuerzo de dolor después de las patadas que Alex me ha propinado porque no he querido tener sexo con él. No me apetece ser suya, ni tampoco que me bese después de verle besándose con otra chica. Sebastián tenía razón, igual que Sheila y todo el mundo que me lo decía.

Me engañaba y yo he sido una tonta de no creerlo desde el primer momento. Mis intentos de levantarme son inútiles, me siento débil y con un dolor inmenso en mi pié y costado. Lo vuelvo a intentar y aunque me duela, consigo hacerlo e ir al baño.

Nada más al verme, mis ojos explotan y mi respiración se entrecorta. Tengo todo el costado lleno de moratones, incluso en el cuello tengo marca. Esto debe terminar. No puedo seguir así, no quiero estar con un chico que me golpee, insulte o amenace. Debo irme de esta casa y denunciarle.

En busca del móvil vuelvo a la habitación, encontrándome un ramo de flores encima de la cama. Alex me abraza por detrás y un escalofrío me corroe entera. Mi cuerpo tiembla y de nuevo lágrimas escapan de mis ojos, mostrándome débil ante él.

—No llores. Me he equivocado. Lo siento.

Besa mi nuca y me asienta en la cama, poniéndose él a mi lado.

—¿Te gustan las flores? —Las coge y las pone encima de mis piernas —. Bonitas, ¿verdad? Sé tus gustos. ¿Quieres que las ponga en un jarro? —Le miro sin creer que sea capaz de tratarme así después de cómo me ha golpeado —. ¿No piensas decir nada?

Mi silencio solamente hace que explote. Agarra las flores y las tira contra la pared.

—La próxima vez serás tú la que pruebe la pared.


—Señorita —dice la mujer que está al lado—, ¿se encuentra bien?

Ni siquiera me he dado cuenta de que he dejado escapar un par de lágrimas. Sonrío tranquilizadora a la mujer que tan preocupada se ha mostrado.

—Sí, solamente que voy a echar de menos a los míos.

—¿Trabajo?

—Sí, he encontrado trabajo como «niñera» y tal y como están las cosas hoy en día, no se niega nada.

—En ello tiene razón. —Sonríe—. Y te encantará Italia. Nosotros venimos a ver a mi marido. También encontró trabajo aquí y, por fin, podemos mudarnos con él. El pequeño le echaba mucho de menos y yo también.

La mujer es encantadora y se le nota a leguas que está enamorada de su marido. Lo ha dejado todo por estar aquí con él y ha luchado por ser feliz.

Yo también estoy luchando por ser feliz, porque lo merecía y me lo merezco. Sé qué clase de persona quiero a mi lado y a quién no. Fue entonces, cuando cayó la venda de mis ojos, cuando me di cuenta de todo.


—No puedes dejarme, no encontrarás nada mejor que yo.

—No estar contigo ya será mucho mejor.

—¡Maldita zorra! —Intenta cogerme pero Sebastián se lo impide. Se ríe—. Don Salvador en defensa de su amiga la ballena. Gran Sebastián. Quédatela, de todas formas, era como un saco de boxeo.

Ahora soy yo el que detengo a mi amigo.

—Déjale, la policía se encargará de él.


Hice lo que tendría que haber hecho desde que me puso un dedo encima.

Sé quién soy y sé lo que soy. Él es agua pasada y vengo aquí en busca de una nueva vida. Merezco ser feliz y lo voy a ser.

Este chico no es el míoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora