Capitulo 6: muerta

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Liam, manicomio de Lakewood.

Estaba sentado en una mecedora, habían pasado muchas cosas extrañas desde que llegue a este lugar, recordaba perfectamente todo, pero no recordaba donde quedaba el pasillo que me llevaba a la salida del túnel.

La hermana Eunice no estaba, la otra monja ya me había dicho su nombre, se llama jade, se ha estado comportando extraño desde que se desmayó en aquel exorcismo, el otro día la vi en la cocina bebiendo sangre de cabra, no sé dónde diablos había conseguido una cabra, en el bosque quizás, justo en ese instante entró la hermana Eunice, la atmosfera de paz y armonía que había en ese lugar desapareció al instante, entro arrastrando una camilla de hospital, con varias sabanas encima.

Me hizo señas de que la siguiera, llegamos a su oficina, solo estábamos ella y yo en la oficina, me dijo que me sentara, tomo un cigarrillo de uno de sus cajones, le había preguntado si ya me iría del lugar, y me dijo que de allí no escapa nadie y que todo va de mal en peor.

Se acerco a mi rostro y me soplo el humo del cigarrillo, se acerco a la camilla y me pregunto que si quería ver, le respondí que si, inmediatamente vi que era eso y sentí que todo el mundo se me venía encima.

¡No lo podía creer! Era mi esposa, lloraba como un niño, la hermana Eunice me dijo que la encontró en la sala, que se había cortado las venas a pesar de mi ausencia, que había encontrado una carta pero que a había perdido, creo que estoy listo para dejar de existir.

Más tarde, no se me veían los ojos, había llorado tanto que ni en el desierto se han derramado tantas lagrimas como las que derrame hoy, la hermana Eunice se vio un poco triste, como que si algo la atormentara, me llevo junto al doctor Arthur al cementero, me tenían esposado para que no pueda escapar.

Vi como mi esposa terminaba en aquel agujero, a pesar que solo teníamos 9 meses de casados, me regresaron al auto en el que me habían llevado, las piernas me temblaban, las manos también, me dolía la cabeza, las extremidades, no pare de llorar ni un instante, estaba destrozado.

En el manicomio me acosté, queriendo ahogar las penas mientras dormía pero era imposible, por fin, logre dormirme, al día siguiente seguía acostado, abrazando un vestido blanco de seda, era hermoso, suave, era el vestido con el que la habían enterrado.


El manicomioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora