Hubo una vez que yo irrumpí en su paz. Hubo una vez en la cual me echaron muchas veces, y brinqué, me escondí, incluso sin saber si sería bien recibido. Llegué ante su presencia y una suave melodía inundó mi alma, pero, ella no estaba tocando algún instrumento. Permanecí callado y le cedí toda la palabra, hay tantos misterios que la vida esconde detrás de una mirada... sin embargo, aunque yo no expresé nada, en mí surgía el asombro jamás antes experimentado.
Es la misma historia una y otra vez, pero siempre es nueva. Son nuevas las caras, los desafíos, nuevas criaturas. Caminamos juntos hacia el atardecer y por un momento se siente vivir la eternidad. Sus miedos se convierten los míos y daría mi vida con el mismo amor que ella daría la suya.
Corremos, estamos huyendo. Debo protegerla, debo procurar que prevalezca lo que es bueno incluso cuando el alrededor no lo merezca. Es una promesa, la hice al mirarla a los ojos, yo siempre estaría cuando ella lo necesitara. Resucitaría y moriría si fuera necesario, incluso cuando lo aborrezca. Y cuando la vuelvo a conocer, cuando me recuerda quién soy en realidad... se siente como si estuviera en casa, a pesar de que no conozca la mía en realidad.
Jamás he conocido a alguien con tanta paciencia, con tanta sabiduría y luz... la veo, y veo a una niña pequeña, una niña que un día no pude proteger. La miro y creo que en ella está el futuro, y dice que el mundo cree en mí, pero en realidad es ella la que ven a través de mí. Es ella quien me empuja, quien me regaña, que acaricia mi cabello cuando creo no poder más.
Llegué y una música invadió mi alma, pero ella no estaba tocando algún instrumento... no lo estaba porque en realidad todo este tiempo ella ha sido la melodía, ella es la nota sostenida en el aire. Es.... aquella y la única a la que podría reconocer cada vez que despierte porque estoy seguro que esto que siento no lo siento con alguna otra persona cuando la miro.