Capítulo II "Que la tierra me trague"

418 29 35
                                    

                                                         Que la tierra me trague



El novio de Carolina Ferrari. Perfecto. Qué vergüenza. Seguro ya le contó toda mi conversación con Marcia, y al detalle. Me fui en silencio en el auto, recordando su gesto irónico, su cara, los ojos de gato y ese olor que mezclaba alcohol con algún perfume masculino. Lo que me faltaba. Todo el año soportando a la dichosa novia, para que después tenga más armas en mi contra. ¡Y por mi propia boca!... Ay, si es para darse de cabeza en la pared... Mejor no le contaba a Marcia y menos a Teresita, cuando volviéramos a hablar.

Esa noche guardé los zapatos en una caja, en el fondo de mi clóset. Colgué el vestido dentro de un estuche con cierre y lo colgué bien apartado. "Lamentablemente, mami, no habrá muchas ocasiones para usarlo".

Me puse mi vieja camiseta de Star Wars y me metí en la cama. Me dolían los pies (Malditos tacones). Y me dormí. Y soñé. Tuve un sueño ridículo en donde bailaba sola en medio de la fiesta y de pronto aparecía el tipo, con su botella y su cara de niño lindo. Me ofrecía de nuevo su bebida y yo aceptaba, la muy imbécil. Como si no hubiese sido suficiente la vergüenza de haberlo enfrentado en la azotea y ahora también aparecía en mis sueños.

Pero había otras cosas en qué pensar. Se acercaba la navidad y mi hermano vendría a pasar las fiestas con nosotros. Traería a su novia, por supuesto. Extraño a mi hermano. El año pasado no estuvo con nosotros y nos fuimos a casa de mi abuelo. Insufrible. Estuve toda la noche buscando un rincón donde pudiera esconderme de mis primas y de tías abuelas que me pellizcaban las mejillas para comentar cuánto he crecido. Por fortuna, ahora sería diferente.

Daniel tiene veinticinco años. Arrienda un divertido departamento que solo consta de un dormitorio, un baño y una pequeña sala-comedor-cocina. Mi madre le ha pedido muchas veces que vuelva con nosotros; pero lleva tiempo negándose. Menos ahora, que vive con su novia sueca, una chica muy buena onda que vino al país para terminar su tesis sobre estudios latinoamericanos, o algo así. Se llama Astrid y adora a mi hermano. Es de esos amores que uno puede percibir hasta en la forma como se miran y sonríen, como si estuvieran locos. De alguna manera los envidio, porque encontraron el lugar donde pertenecen, y a quién. Me alegro por Daniel.

La posibilidad de que vengan en Navidad me tenía de muy buen humor. Preparé mis regalos: Para mamá, un pañuelo de gasa que vio en una tienda del centro y opinó que estaba muy bonito. Para Daniel, un libro de fotografía en sepia (De segunda mano, por supuesto). Para Astrid, un gato de amigurumi (Comparte conmigo la pasión insana por los felinos); y para Marcia, un estuche con 6 lápices de carboncillo de distinto grosor, profesionales. Creo que este año acerté con todos.

Los puse bajo el árbol, con la etiqueta de NO ABRIR ANTES DEL 25, BAJO PENA DE MUERTE. Mientras los miraba, acomodados como soldaditos de plomo junto a las ramas de plástico verde, pensé "¿Qué regalos tendrá el tipo de la azotea?"... ¿Una botella de vodka..? Sacudí la cabeza, molesta. Qué me importaba. ¿¿Y por qué me ponía a pensar en él ahora??

Dos días después de la fiesta de Navidad, me llamó Teresita Correa. Me invitaba a su casa. No estaba segura. No había sido invitada a la casa de ninguna chica que no fuera Marcia. Jamás. Pero su voz era dulce y parecía sinceramente entusiasmada. Le comenté a Marcia, para que me acompañara y presentarlas; pero ella debía viajar a la costa para el Año Nuevo. A su familia le había bajado una pasión incomprensible por los fuegos artificiales del puerto.

La casa de Teresita Correa era el típico chalet impecable del barrio alto. Enorme, de un fino granito color terracota, estaba rodeada por un jardín perfecto, matemáticamente diseñado. Las regadoras automáticas estaban encendidas y había un agradable olor a tierra mojada. Una de las empleadas de la casa me abrió la puerta y me condujo a la habitación de Teresita.

El cuaderno de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora