Capítulo XXI "El Estallido"

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CAPÍTULO XXI

El Estallido

- Alonso, detén el auto... – Balbuceé

Conducía a toda velocidad por la caletera de la autopista y en un lugar desconocido. Todo estaba oscuro y había pocos vehículos. Al costado del camino, solo campos baldíos. Nadie a la vista.

- ¡TE DIJE QUE DETUVIERAS EL AUTO! – Grité ahora, aunque con la voz temblorosa.

- ¿Quieres bajar aquí, en medio de la nada? – Preguntó con una calma exasperante.

- ¿¿Adónde me llevas..??

- Ya falta poco...

El corazón se me salía. El tipo miraba al frente, con los ojos fríos. Su indiferencia me desesperaba.

- ¡¡ESCÚCHAME, PSICÓPATA DE MIERDA!! ¡¡ME ESTÁS LLEVANDO CONTRA MI VOLUNTAD!! – Desabroché mi cinturón de seguridad – TE IRÁS PRESO, ¿ME OÍSTE? MI MADRE...

- Se llama Daniela Santander y es abogada, lo sé; y es mejor que vuelvas a ponerte eso – Replicó, señalando mi cinturón - Podrías hacerte daño...

Miré por la ventana. Llevábamos demasiada velocidad. Si abría la puerta y saltaba a la berma resultaría peligroso, quizás fatal... Pero si me impulsaba y rodaba en alguna zona que tuviera pasto, tal vez... Divagaba. Acerqué mi mano a la manilla y traté de abrir la puerta.

- No podrás abrirla. El seguro de niños funciona en todas las puertas – Volteó brevemente a mirarme – Y por lo demás, si tratas de saltar terminarás con la columna fracturada en el mejor de los casos.

Estaba temblando. La camioneta giró por un camino no pavimentado y se internó entre árboles que se curvaban sobre la ruta. Comprendí que Alonso tenía un destino claro y que nos acercábamos donde quiera que me llevara. Yo sudaba frío. Él no era un adolescente medio torpe como Andrés Sáenz-Villarreal. Ya era un hombre y lo suficientemente fornido como para que yo tuviera claro que no podría tumbarlo fácilmente con una piedra. Además era de noche, estábamos quién sabe dónde y Alex no vendría por mí si lograba escapar y me perdía en la oscuridad. Podía oír los latidos de mi corazón en mis propios tímpanos.

- ¿Qué quieres de mí..? – Murmuré.

No hubo respuesta. En su radio sonaba una desquiciante música electrónica. Se desvió lentamente del camino hasta quedar al borde de una quebrada. Detuvo el motor. Dejó la luz encendida de la cabina de la camioneta.

Yo temblaba, paralizada. Cuando se desabrochó el cinturón de seguridad y giró hacia mí, comencé a darle bofetadas y toda clase de golpes. Primero trató de protegerse de mí, bloqueando mi ataque con sus brazos, pero luego me aferró las muñecas, inmovilizándome. Intenté reclinarme para contraatacar con mis pies, pero no era fácil patearlo en esa posición y en el poco espacio del que disponía. En medio de la lucha, comenzó a gritarme.

- ¿¿PUEDES DEJAR DE MOVERTE??

No dejaba de retorcerme e intentar golpearlo con los pies. No le permitiría acercarse a mí, aunque tuviera que rodar por la quebrada que descendía a pocos metros, delante de la camioneta.

- ¡¡SUÉLTAME, HIJO DE PUTA, ENFERMO DE MIERDA!! – Gruñí – ¡¡ALEX TE VA A MATAR SI ME TOCAS!! ¿¡OÍSTE!? ¡¡ALEX TE VA A MATAR!!

- ¡¡ALEX RAMM NO ESTÁ AQUÍ!! – Rugió en mi cara – ¡¡Y YO NO TENGO INTENCIONES DE VIOLARTE O HACERTE DAÑO!!

Dejé de moverme y lo miré desconcertada. Él soltó mis muñecas y abrió las palmas, intentando calmarme. Yo seguía jadeando, furiosa, aunque algo menos asustada.

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