Capítulo XIII "El bosque y el fuego"

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Capítulo XIII

"El bosque y el fuego"

No podía marcharme, luego de verlo temblando, aterrado, antes de entrar en el despacho de su padre. Pero si permanecía sujeta de la barandilla, en cualquier momento podría aparecer la madre de Teresita y terminarían echándome a patadas. Había un silencio pavoroso en la casa y por más que traté de agudizar mi oído, no pude escuchar la voz de Alex o la su padre. Solo podía suponer que discutirían o Günther acabaría abofeteándolo.

Di un par de vueltas, pensando, mientras sujetaba mi frente. Aún trataba de procesar lo que había sucedido. Me sentía aturdida por el cinismo de Teresita y por la forma brutal como Günther Ramm había atrapado a Alex por el cuello y lo había azotado contra el muro, sin alterarse, sin un atisbo de emoción, como si se tratara de un frío robot al que programaron para golpearlo.

Entonces decidí ocultarme en su cuarto. Me quité las sandalias y avancé por los pasillos sin ruido, hasta abrir cuidadosamente la puerta de la habitación de Alex. Dentro, recostada en una camita felina, dormía Erizo. Sauron ya había sido adoptado por Marcia. Entré y me senté a oscuras sobre la cama, esperando y apretando mis manos. Los minutos eran interminables y sentía un nudo en la garganta y el estómago. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué lo llamó su padre? El reloj avanzaba despiadado, mientras me frotaba los brazos, helada de angustia.

Calculo que había pasado cerca de media hora, cuando escuché pasos lánguidos por el pasillo. La manilla de la puerta dio un par de giros torpes y se abrió lentamente. Alex apareció en la habitación y a primera vista, parecía regresar borracho, como si acabara de salir de una discoteca. Avanzó un paso, cerró la puerta tras de sí y encendió la luz. Me puse de pie, atenta a sus movimientos. Entonces, levantó los ojos y me vio.

- No te fuiste... – Murmuró, apenas audible.

- Alex, ¿Qué..?

No alcancé a terminar la frase, pues apenas di un paso hacia él, cayó de rodillas y estuvo a punto de desplomarse de boca sobre el piso. Corrí a ayudarlo.

- ¡Alex, qué tienes! Por favor, amor... – Dije, abrazándolo.

En el acto, dio un gemido profundo y se arqueó al contacto con mis manos. Solté su espalda enseguida.

- ¿¿Qué tienes?? ¡Alex..! – Susurré

Él se sujetaba con ambas manos en el piso, jadeando, mientras yo miraba horrorizada mis dedos: tenían pequeñas manchas de sangre.

- Te pedí que te fueras... ¿Por qué no lo hiciste? – Balbuceó con dificultad.

Me apresuré a mirar su espalda. Su camisa tenía estrías de sangre, surcos escarlata que trazaban dibujos desiguales en la tela.

- ¡Hay que quitártela! – Exclamé, desabotonándolo desesperadamente.

- Sofía, por favor... Solo vete... – Suplicaba con los ojos cerrados.

Yo sentía que en cualquier momento se desvanecería.

Lo desvestí, pero al retirar la prenda dio un gemido. La tela se había adherido a sus heridas y le causaba más daño. Arrojé la camisa a un rincón y me acerqué para examinar su espalda. No pude contener el grito.

- ¡¡ALEX!!

Sentí que el nudo en mi garganta estallaba. En su espalda había una red de heridas largas, marcas sádicas de algún objeto flexible que le torturó la piel hasta dejarla magullada y en carne viva. Algunas llagas estaban abiertas y supuraban sangre; otras no habían cortado la dermis, pero cruzaban su cuerpo como cuerdas rojas e inflamadas.

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