Capítulo VIII "Contra el viento"

447 21 86
                                    


Capítulo VIII

Contra el viento

Apagué la lámpara del escritorio y lloré en la oscuridad. Lloré, porque no existía el modo de volver el tiempo atrás y no podía construir una máquina que me transportara 27 años al pasado para ayudar a mi madre, salvarla, arrancarla de ese lugar y golpear a Günther Ramm hasta desangrarlo a patadas. Comprendí los miedos de mamá y el porqué de esa bofetada brutal que volteó la cara de Alex. Él no tiene la culpa de nada, por supuesto; pero el escenario era similar para ella. Y entendí por qué reaccionó extrañamente en el auto cuando escuchó su apellido. ¿Sabrá que Alex es hijo del hombre que la violó y la marcó para siempre con una relación venenosa? Estaba segura de que lo sabía y no tenía idea de cómo podría convencerla de que él no era como su padre.

Dormí poco y mal. Me atormentó toda la noche una pesadilla en donde estábamos con Alex en el sofá del departamento de Daniel y Astrid. Nos besábamos y todo era hermoso, hasta que lo oía jadear, sintiendo cómo avanzaba. Le pedía que se detuviera y no lo hacía. Me ahogaba con el peso de su cuerpo, tapándome la boca con su mano y murmurándome al oído "¿Acaso no es esto lo que todas quieren?". Me senté en la cama, sudando y sacudiendo la cabeza. "Él no es así, él no es así..." Me repetía, tratando de calmarme.

Mi padre era un hombre excepcional si logró aliviar una herida así de profunda en el corazón de mi madre, pensé.

Por la mañana, mamá se veía más tranquila. Era el domingo previo a la entrada a clases y cuando nos sentamos a desayunar, se veía animada. Hablaba de mi uniforme, de la mochila que había comprado para mí, de lo difícil que podía ser 3º año. Yo la oía en silencio, sosteniendo mi vaso de leche. Apenas hacía unas horas me había revelado un secreto tan desgarrador, que ahora se diría que había respirado aire fresco por primera vez. Mama Betina había salido a comprar fruta – pues sabía que me gustaba llevar manzanas al colegio – así que estábamos solas. Mi madre tomaba el café y revisaba su Ipad, mientras no paraba de hablar de asuntos escolares.

- Mamá... – Interrumpí.

- ¿Si, Sofía?

- Sobre lo que hablamos anoche...

- Hija, te lo conté para que aprendas de mi experiencia y jamás permitas que algo así te suceda – Aclaró, sin mirarme a la cara. Tocaba las páginas en la pantalla de su dispositivo – Ya está superado. Han pasado muchos años y espero que no creas que es algo que me quita el sueño.

- Pero, mamá...

- ¿Qué pasa? – Puso ambas manos sobre la mesa y dejó a un lado su Ipad.

- Hay algo que tengo que tenemos que hablar... No, no te asustes. No me ha pasado nada... Pero... – No sabía cómo comenzar.

- ¿Vas a decirme que ese muchacho es hijo de Günther Ramm? – Preguntó tranquilamente – Lo supe apenas me dijiste su nombre. No se necesita ser un genio. Además, el padre de Günther se llamaba Alex y él siempre dijo que así nombraría a su primer hijo.

- Pero, mamá... Es necesario que sepas que Alex no es como su padre.

- ¿Puedes estar segura? – Dijo ella, inclinándose hacia mí – Eres inteligente, Sofía. Pero dime, ¿Puedes predecir qué puede pasar si un día se descontrola?

- Mamá, hay una gran distancia entre descontrolarse y llegar a... a abusar de alguien.

- ¿Ya lo hizo? ¿Ya se descontroló?

- ¡No!, es decir...

No sabía como explicarle. El tema me avergonzaba y además, sentía que cada palabra podría perjudicarnos. Mierda, mi madre era abogada. Siempre había tenido que medir cada palabra que decía cuando debatía con ella. Todo me jugaba en contra.

El cuaderno de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora