Torpezas y suerte

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Una semana después, de nuevo llego a mi consultorio aquella mujer.

—¡Roberto! — gritó mientras empujaba la puerta y entraba con una amplia sonrisa — ¿Cuánto tiempo?

—Victoria — dije quitándome las gafas y suspirando simulando sumisión —, exactamente una semana.
Ella soltó una risa que parecía nerviosa, se sentó enfrente mío, se quitó los lentes y masajeo las sienes.

—¿Realmente las necesitas? — cuestione mientras señalaba sus lentes.

—Ahora si — respondió un poco apenada —, de hecho, dos meses después de que te fuiste me diagnosticaron miope.

No pude contener una risa tonta pero sin intención de burla. Ella lo tomó a mal y agachó la cabeza para ocultar el malestar que le ocasionaba.

Luego de disculparme, volvió a ponerse los lentes, se puso de pie de un salto y me arrancó el expediente que tenía en las manos y salió corriendo hacia la puerta.

—¡Victoria! — grité para detenerla sin obtener resultados — ¡ese no es tuyo! por Dios — musité por lo bajo.

Paciente: Efrain Alameda
Edad: 50 años
Caso: Presenta síndrome post-traumático y post-perdida luego de presenciar la muerte de su esposa de 48 años a causa de un accidente automovilístico causado por un tercero que conducía en estado de ebriedad . . .

—¡Te dije que no era tuyo! — le grité mientras arrancaba el archivo de sus manos.

—L-lo siento — murmuró ella —, en serio, perdón.

—Ya olvidalo, solo no lo vuelvas a hacer.

Después de eso, le tendí sobre el escritorio su expediente.

Paciente: Victoria Olmos
Edad: 27 años
Caso: Expone un apego poco usual hacia una pareja del pasado y un odio exagerado hacía otra pareja de su ex . . .

Al llegar a esta parte, soltó el archivo y me miró con expresión iracunda.

—¿¡Qué!? — dije retrocediendo como si huyese de un depredador.

—¡Por qué siempre tienes que ser tan objetivo — vociferó y arremetió en mi contra lanzándome su expediente.

—E-es mi trabajo, me pagan por ello — contesté mientras intentaba reorganizar su expediente y guardar los otros.

—¡No solo con esto! — volvió a gritar — ¡lo eres en todo! ¡en como llevas tu vida, en tus conversaciones, en como tratas a los demás! ¡En como me tratas a mi! — rompió a llorar.

Luego de unos minutos consolándola, ya que parecía haber dejado detrás su ronda de llanto y sollozos le pedí salir y fuimos a dar una vuelta, el calor era abrumante sin embargo, esa tarde no me molesto en absoluto.

—Ahora que lo pienso, me pagaste por tener una cita — dije en plan de broma.

—Pensé que no te darías cuenta — dijo seria y sonrojada.

—Y entonces, ¿viajaste 490 kilómetros por 7 horas solo para verme?

—¡Sherlock! — dijo con un poco de mofa.

Luego de eso, seguimos charlando para ponernos al tanto de nuestras vidas, por mi parte le conté como mi vida había subido casi en picado después de instalarme en Cd. Valles y de mi episodio con Alejandra.

Se hizo una pausa silenciosa, ella parecía medir cada palabra y sus consecuencias, luego empezó a hablar.

—Pues — dijo mientras jugaba con sus pulgares para ignorar al mundo —, luego de irte sin decirle a nadie que no fuese tu familia, busqué a Alejandro (¡tu ex y el mio se llaman igual!) y le pedí me perdonase, él aceptó de muy buena gana e intentamos seguir con la relación, esforzándose hasta el punto de tratarme como una Deidad — suspiró —, me desagradaba por completo el modo en que me trataba pero no me atrevía a decirle, hasta que, un año después de volver con él no pude callarlo más, “Maldita sea” le grité “no soy perfecta y no quiero que me trates como tal, tengo días malos y a veces días de mierda, a veces odio al mundo y a ratos me odio a mi, no pido que lo entiendas, solo quiero que lo aceptes ¡aceptalo!” parecía haberlo aceptado, eramos felices o eso creía, pero una noche él empezó a vociferar nervioso “Por favor, ya no puedo, todo se ha venido abajo poco a poco y me ha destrozado verlo todo sin poder gritar o llorar por ello, ya no puedo” repitió mirando a la nada “siempre te quise pero tengo algo que decirte” se quedo en silencio como si calculara cada palabra — a ella ya le costaba seguir el hilo de sus pensamientos, sos ojos empezaban a acuarse — retomó el cause de su discurso “quiero volver a ser libre y eso haré ”, me abrazó, tomó sus cosas y salió en mitad de la noche a nosédonde, me quedé un rato helada y rompí en llanto, uno de los llantos mas amargos y extrañamente reconfortantes — nos sentamos en una banca y apoyo sobre mí su cabeza —, luego de eso me costó volver a ser yo hasta que una mañana desperté entre sudores y espasmos y lo decidí, ¡No quería volver a "ese" yo!

Sonreí consternado y feliz, al parecer había tenido la misma epifanía que yo tuve en su momento.

—Entonces, ¿Quién eres? — dije luego de un rato en silencio.

—A eso vine — contestó y luego de pensarlo contestó convencida — ¿Quién soy?

—Yo no puedo saberlo — espeté — aunque, si me veo obligado a responder... diría que eres Victoria, mi amiga y nada más me importa.

—¡Eso es injusto! — gritó mientras me daba un leve puñetazo en el hombro, aún llorando pero con una sonrisa cálida.

—Querías que no fuese tan objetivo ¿no? — comenté entre risa — pues ahí lo tienes.

—Deberíamos volver — dijo tras consultar la hora en su reloj de pulso.

—Mmm, eres mi última consulta de hoy — dije luego de corroborar la agenda del celular.

—¡Jurame que no cancelaste ninguna! — dijo amenazante.

Luego de mostrarle la agenda, su actitud pareció más tranquila y rato después sonrió, se levantó de un salto y salió corriendo.

—¡No iré tras de ti! — grité por encima del ruido que reinaba en el parque.

Esperé algunos segundos, suspire y comencé a buscarla.

—¡Victoria! ¡venga ya! ¿¡Dónde vas!? — grité a todo pulmón sin obtener respuesta.

Luego de un rato sentí un peso extra en la espalda.

—Eres fácil de localizar — susurró en mi oído —, demasiado alto.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo obligándome a sacudirme, ella bajó, se puso a mi lado y me tomó del brazo arrastrándome a un restaurante, comimos y charlamos, no me dejó pagar la cuenta y de nuevo me arrastro hacia su hotel.

—¿Cuánto llevas aquí?

—Una o dos semanas — dijo despreocupada mientras se dejaba caer sobre la cama.

—Toma tus cosas — le dije secante — desde ahora vivirás conmigo.

Mitomanía: sintoma de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora