v. Cardenales.

604 54 32
                                    

"No somos salvadores si no podemos salvar a nuestros hermanos."

—Zed debe morir. No hay otra forma de detenerlo.

La firmeza de Shen fue irresoluta. Akali asintió con la cabeza, proporcionándole su apoyo en ese gesto silente, pero Kennen, quien permanecía ahora a espaldas a él, no la secundó.

—Shen... ¿Estás seguro de que esa es la decisión que deseas tomar?

La voz del yordle penetró en la cabeza de Shen como una bala y le hizo volver el rostro. Sus ojos se ensancharon en una pantomima de incredulidad y su mirada se hundió sobre Kennen con una pesadez que le hubiese helado la sangre a cualquiera.

—No puedo permitirme dudar. No ahora, Kennen —respondió Shen, y aunque intentó mantener su voz serena, una punzada de rabia contagió su acento.

—Zed cometió actos atroces. Empleó artes oscuras para derrotar a Shen, asesinó a su padre y a muchos de nuestros compañeros y compañeras. Su única redención será la muerte.

Esta vez, fue Akali quien intercedió en la conversación. Ella, a diferencia de Shen, pronunció cada palabra con una tranquilidad que contradijo enormemente el peso de su mensaje. Su mirada lucía tan vacía que ni siquiera encajaba en la discusión.

—Será eliminado.

Akali llevó su mirada hacia Shen y esperó a escuchar su disposición, pero el líder Kinkou permaneció en silencio, con los ojos lejos del alcance de su compañera. Su mano derecha se había vuelto un puño y un aura oscura pululaba sobre él. Este no era el Shen que conocían. Ninguno de los dos.

Y Kennen, incluso mejor que Akali, lo sabía.

—¿Servirá de algo, Shen? —murmuró el yordle con cautela, fijando sus enormes orbes en el rostro de Shen.

Siempre había sido difícil discernir las emociones que transitaban en el corazón del líder Kinkou (si es que lo hacían), pero esta vez, aun siendo incapaz de ver su semblante, Kennen sabía que Shen sufría. Aunque no pudiese ver sus labios tensos por el dolor ni el brillo de las lágrimas en sus ojos, sabía muy bien que la situación lo embargaba de dolor y pesar.

Y aunque fuese incapaz de verlo en su mirada, Kennen sabía que, aun más que rabia hacia quien fuese su hermano, sentía culpa y temor.

Shen no pronunció respuesta.

—No tiene por qué morir, Shen. Sé que tú...

—Basta.

Shen extendió la mano hacia Kennen, indicándole que guardara silencio, y su voz volvió a con una emoción visceral y desconocida. Akali finalmente comprendió el cambio; lo sintió, y su entereza se sintió contagiada, aunque de una manera diferente, por la inseguridad de Shen.

—Shen, no puedes hacerlo —protestó la mujer, elevando la voz como si desease alzarse con ella sobre las sugerencias de su pequeño compañero—. No puedes dudar. No con esto. No con él. Zed ha sido corrompido, derrotado por su propia ambición. Zed nunca volverá a ser el hombre que conocías, Shen. Zed está más allá de la redención. La única manera de liberarlo es acabando con él.

Cada palabra cayó sobre Shen como un golpe doloroso, como una verdad terriblemente incómoda y una amenaza sofocante. Él lo sabía, lo sabía muy bien. Sabía que el Zed que conocía ya no existía; que había sido consumido por las sombras, que había cortado todo lazo entre ellos al haber asesinado a su padre y profanado el templo que una vez fuera su hogar.

Zed estaba perdido; Zed no tenía ninguna salvación. Zed debía morir. Solo eso lograría poner fin a su crueldad.

Shen estaba convencido de ello y, sin embargo...

—Antes de que lo mates, ¿no intentarás siquiera comprenderlo?

La marea de emociones y sentimientos que gritaba en su cabeza cesó cuando la voz de Kennen, firme y poderosa como un relámpago, llegó a sus oídos y se abrió paso a través de la turbulencia como una epifanía.

Comprenderlo... ¿Había pensado siquiera en la posibilidad...?

En lo más profundo de su ser, Shen anhelaba descubrir qué había orillado a Zed a cometer tales barbaridades. Y, aunque le fuese imposible saberlo a través de él, deseaba tener la oportunidad de descubrirlo.

Y aún más que descubrirlo, anhelaba remediarlo. Porque esa culpa que zumbaba en su cabeza no se callaba; su conciencia le exigía una retribución, un cambio. Su amor por Zed le exigía ser reconocido y no escondido como hasta ahora, como había tenido que serlo para orillar a Shen a considerar la peor decisión.

Shen no quería matar a Zed. Nunca lo querría.

Shen quería redimir a Zed e iba a lograrlo. Costara lo que costara.

No por él, ni por la orden o por su padre siquiera, sino por Zed.

Había fallado una vez antes; él y su padre. Ambos habían fallado y él... Él no fallaría de nuevo. No a Zed.

Una nueva determinación se apoderó del shinobi y el dolor que tensaba sus músculos comenzó a desaparecer.

Había tomado una decisión absoluta y nada lo haría cambiar de opinión; ni el temor a las consecuencias ni el ardor del resentimiento.

—Gracias, Kennen. 


Hey unloving, I will love you { LOL Yaoi Shen x Zed }Donde viven las historias. Descúbrelo ahora