Capítulo 1

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Estaba de pie, sobre una tarima, atado de las manos y con solo su ropa interior puesta. Su atuendo dejaba ver casi toda su piel, excepto la que su calzón cubría, pero que no escapaba de la imaginación libidinosa de algunos.

—Japonés, veintitrés años, virgen... —decía el tipo de traje y máscara de arlequín que tenía el otro lado de la correa que le tenía atado, aunque no tan fuerte como sus aprendizajes y creencias le ataban los pies al piso, de donde no se movió a pesar de intuir que las cosas justo ahora se estaban yendo al infierno—. Comenzaremos la oferta con un cuarto de millón de dólares —dijo el vendedor y el chico de cabello oscuro quiso llorar.

Era cierto que jamás en su vida había visto esa cantidad junta, pero le sonaba demasiado poco para ser su precio. Aunque lo cierto es que un esclavo cualquiera debía enorgullecerse de, al menos en el mercado, tener un valor.

—Diez millones de dólares —ofreció alguien levantando una paleta plástica que mostraba el número veintiocho. Los murmullos no se hicieron esperar, nadie creía que comprarían un esclavo a tan alta cantidad. Lo más que pagaban era un millón, y eran esos millonarios estrambóticos y pervertidos que amaban coleccionar chicas, no chicos.

Nadie mejoró a oferta, nadie estaba dispuesto a pagar tanto por ese chico delgado y de apariencia aburrida. Juzgaron de loco al hombre de cabellera plateada y máscara oscura con líneas en color vino.

—¡Vendido! —escuchó el japonés y después un golpe seco sellando su destino. Ahora le pertenecía a un sujeto del cual ni el rostro conocía.

El azabache de ojos oscuros fue llevado a una habitación donde le esperaba el enmascarado que ahora era su dueño, y sintió que el alma se le congelaba cuando esas gemas azules se clavaron en su rostro.

—¡Desátalo! —ordenó el peliplata al chico que le arrastraba cual perro de paseo por el parque. El chico hizo lo que le pedían, y se retiró después de inclinar la cabeza al hombre que no se deshacía de la máscara—.Vístete —pidió algunos decibeles más abajo para el chico de cabello oscuro, entregándole algunas prendas algo extrañas. Era un traje justo como el que todos en ese lugar usaban, pero el chico no estaba acostumbrado a ello. En Japón los kimonos eran el traje típico a usar.

El japonés observó la ropa que le entregaban e hizo algunas deducciones rápidas. Ser esclavo significaba cumplir las peticiones del amo tan pronto como las terminaba de hacer.

Como pudo se acomodó la ropa, y siguió la indicación de no alejarse del hombre que andaba a paso firme delante de él.

Cuando llegaron a la calle un chico de cabello rubio abrió la puerta del carruaje frente al edificio que recién habían abandonado. La noche estaba bastante entrada, los faroles de la calle habían comenzado a apagarse y el frío se intensificaba. El japonés contuvo el escalofrío tensando el cuerpo, había aprendido bien a contener incluso los impulsos físicos básicos.

—Sube —pidió el hombre y, a pesar de que estaba sorprendido de tan amable invitación, el japonés subió al carruaje sin demostrar su emoción.

Adentro se acomodó en un rincón del carruaje y el hombre de cabello plata se sentó justo al frente de él. El carro se movió, alejándose de donde estaban, permitiendo al azabache asimilar su situación. Ahora tenía un dueño, uno que desde que lo vio no había podido apartar la mirada de él pero qué, a diferencia del resto que lo desnudaba con los ojos, parecía acariciarle con esa mirada gélida.

El peliplata se sacó al fin la máscara, permitiéndole conocer el rostro de su comprador y nuevo amo. El japonés agachó la vista, sintiendo como el hombre frente a él escudriñaba cada parte de él. Su mirada era intensa y fría, casi dolorosa; y sintió hacerse pequeñito frente a tan intimidante hombre. Su nuevo dueño era bello, y su rostro provocaba un terror infinito, pero era igualmente atrayente.

LÁGRIMAS DE UN CORAZÓN DE HIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora