Capítulo 2

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Habían pasado casi dos meses de que Viktor dejó a Yuuri al cuidado de Mali, en esos dos meses Yuuri había aprendido a disfrutar de la vida. Lo que ahora tenía era lo que nadie siendo esclavo se atrevía a imaginar siquiera, menos a soñar tener. Pero él no solo tenía una habitación en esa enorme casa, también tenía la oportunidad de no ser tan infeliz.

—Eres el mejor estudiante que he tenido —aseguró Mali. Yuuri acababa de leer en voz alta un párrafo completo de un libro.

Dos semanas después de haber llegado a ese lugar, cansado porque la señora de la limpieza no le permitía ayudarle, y aún no muy dispuesto a ofrecer su apoyo fuera de la casa, pidió a la chica que siempre evitaba mirar que le enseñara a leer. Mali lo hizo, ella haría cualquier cosa por ayudar al chico, lo había prometido.

—Es que eres buena enseñando —señaló Yuuri, no pudiendo evitar mirar fijo a la chica que reía de desaforada manera.

—Sobre todo piel, ¿no? —cuestionó burlona y el chico se sonrojó hasta las orejas—. Vamos Yuuri, déjalo por un rato, deberías dar un paseo —sugirió, pero el japonés no se mostraba muy dispuesto, por eso la chica, sin considerar al joven, se levantó y pidió a uno de los empleados que acompañaran al chico a dar una vuelta por ahí.

A Yuuri no le quedó más que aceptar y seguir al chiquillo rubio que cuidaba de los animales que el amo y señor de la casa había adquirido en tantos lugares como había visitado. El chiquillo era Yuri Plisetsky, un aprendiz de veterinaria al que Viktor le tenía muy buena voluntad.

—El señor Viktor debe estar loco —resopló el chiquillo después de revisar con detenimiento al chico que miraba a absolutamente todas partes mientras andaba un par de metros adelante de él con cierta emoción—. Primero Mali y ahora un chico japonés, ¿quiere hacer un zoológico humano también? —sugirió y se rió de la idiota idea.

»¡Si te alejas demasiado te daré un tiro! —gritó el rubio y los pasos de Yuuri se detuvieron en seco mientras miraba al chiquillo sostener un rifle. Sabía que era un rifle, en la casa donde creció los había visto antes, pero conocía su nombre porque recientemente había estado mal leyendo un libro sobre armas y la guerra—. ¿Por qué tengo que pasear a la nueva mascota? —preguntó molesto el crío, y Yuuri comenzó a andar al lado de ese chico hasta que volvieron a la casa.

—¿Te divertiste? —preguntó Mali que veía entrar al japonés al despacho. Yuuri asintió con la cabeza y Mali buscó su mirada, era temerosa, de nuevo—. ¿Qué te dijo Plisetsky? —preguntó la chica y el chico le miró con los ojos grandemente abiertos.

—No dijo nada —aseguró. Mali le miró hostigosa hasta que el japonés le contó la pregunta que le había incomodado, pues le había recordado su posición en ese lugar. Él no era más que la mascota del dueño del lugar.

—Plisetsky es un idiota —explicó la chica—, un crío mocoso con una enorme boca. Yuuri, no le prestes atención a sus palabras, la verdad es que habla porque tiene boca, y se queja de absolutamente todo. Está tan amargado que todo le molesta, en serio todo. Su odio es contra el mundo, no contra ti, por eso no lo escuches. —Yuuri sonrió ante la sonrisa de la chica, pues decir que ese chico solo escupía veneno porque sí, no hacía que sus palabras dolieran menos—. Ya te acostumbrarás —dijo y ambos fueron a cenar.

—¿Él siempre ha sido así? —cuestionó Yuuri una vez en el comedor.

—Yo lo recuerdo más lindo, pero eso fue hace muchos años —explicó suspirando la chica que disfrutaba de la cena que los sirvientes les habían preparado. A pesar de que ambos habían sido comprados por el señor de la casa, en ese lugar ellos eran tratados como invitados.

LÁGRIMAS DE UN CORAZÓN DE HIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora