Y qué tontos enamorados somos a veces, capaces de recibir un balazo sin oposición ninguna, sin pulsar ese botón de ayuda que te lleve de lleno a la salida de emergencia para protegerte del impacto. Que agotamos las reservas de la recámara, y ni nos inmutamos cuando llega el dolor.
¿Por qué tantas veces nos aferramos a aquella mirada? Si sabemos que nuestras pupilas no nacieron para ser enlazadas, si al caer por el precipicio, lleno de ruinas y espinas, esa piel no se juntará con nuestras manos para frenar la caída.
Y es que divisamos la primavera en cada una de sus huellas, que conseguimos ver el cielo de un día gris porque nos hace volar, que dejamos de ser unos tontos ciegos sin remedio y pasamos a poder ver aún con los ojos cerrados, que ya el suelo quedó de estar cerca, y si eso ya lo veremos en otras vidas.
El sentido lo guardamos en nuestra carpeta de recuerdos, lo apartamos porque ahora tu metáfora parece tan enrevesada que la explicación ya se la dejamos al corazón, a ver si él puede darle una definición.
De verdad, al final todos sabemos lo que es sentirse como un grito lanzado al vacío que, antes de llegar al final, es alcanzado por otra boca.