Capítulo 8

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CORRUPCIÓN

―¡Quiero a mi mujer de vuelta en la ciudad a como dé lugar! ―amenaza Bernardo Echeverría a sus hombres.

―Ella volverá, señor ―responde con tranquilidad el guardaespaldas, Markus, con su gruesa voz.

―Yo la quiero ¡ahora! ―se exaspera.

―Estuvo sin saber de ella por tres largos años, ¿y ahora no puede esperar un poco más? Solo un poco...

―Sí, no supe de ella por tres largos y malditos años. No quiero seguir esperando. Quiero que la traigas, ¡ya!

―Yo no hago milagros, señor ―replica el enorme hombre con cierta molestia.

―¡Pues comienza a hacerlos!

Bernardo se levanta y golpea la mesa. Markus, hombre de gran estatura y descomunal talla, se yergue, ya suficiente ha aguantado los desplantes de su jefe, que muy patrón puede ser, pero a él, nadie, ni el rey del mundo, lo grita.

―La quiero de vuelta conmigo.

―¿Para qué? ¿Para seguirla golpeando? ¿Para seguirla violando?

―No me faltes el respeto, Markus.

―Y usted no me vuelva a gritar, recuerde que trabajo para usted, pero no soy un monigote como sus otros súbditos. Yo no soy su esclavo y así como mato y escondo los cadáveres por usted, puedo hacer lo mismo con usted.

―¿Me estás amenazando?

―Yo no amenazo, señor, no necesito hacerlo.

―Lo que haga yo con mi mujer no es de tu incumbencia.

―Si usted lo dice...

―Lo digo y lo afirmo. Ahora, quiero que la traigas de vuelta, ¡ya!

Markus observa a su jefe con fijeza, sin expresión, como si fuera una enorme estatua de marfil.

―¿Puedes hacerlo? ―consulta el jefe, incómodo con la insistente mirada de su empleado.

―Haré lo que pueda, señor.

Markus sale de la oficina de Echeverría con la furia exudando furia por todos los poros. Sus narices aletean con la entrecortada respiración.

―Cálmate, Markus ―le dice su compañero, Rob, mientras lo sigue en el pasillo.

―No me calmo nada ―responde sin detenerse.

―Aprovecha esa ira para algo productivo, ¿qué haremos para recuperar a esa mujer?

―Nada.

―¿Cómo nada?

―Nada. No traeremos a Paola Donoso de vuelta con ese imbécil.

―Pero el jefe...

―El jefe, nada. Yo doy las órdenes aquí.

―¿Entonces no le va a entregar a esa mujer ahora?

―Ni ahora ni nunca.

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―Rolando, no puedo creer que tengas la desfachatez de venir a mi casa y sobre todo para preguntarme por mi vecina ―reprocha Berta Durán a su ex alumno.

―Usted la conoce, usted habla con ella, usted debe saber dónde está ―responde el hombre.

―Pues no, no sé, no tengo idea de adónde se fue, pero no me extrañaría nada que se haya ido después de tu acoso.

Por ti, por mí, por ellos...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora