Capítulo 005: El Ojo de la Perversidad

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Lola aún impertérrita por ver a su hermano mayor trasvestido escuchaba cada palabra de la conversación que tanto él como Carol mantenían.

—Linky... ¡me sorprendes con ese vestido! Si no te conociese desde el principio, juraría que eres una coqueta chica. ¿Tú hiciste este atuendo?

A pesar de que Lola no podía ver las expresiones de los interlocutores (ambos estaban a espaldas de ella), podía juzgar que Lincoln no estaba cómodo con aquella situación; su titubeo contrastaba con el aplomo de Carol Pingrey.

—Este... yo... yo lo... yo lo diseñé... Leni...

—¿Ella lo hizo? Vaya, que buen trabajo hizo contigo. Me sorprende que tu hermana mayor sea buena en algo... ¡Perdón! Una de tus hermanas mayores... ¿Cómo ha estado Lori? Hace años que no la veo...

—Eh... ella... creo que está... está bien... Con Bobby...

—Oh, cierto. Pero no hablemos de ellos... Hablemos de ti. ¿Sigues teniendo el tapón?

Lincoln no respondió.

—Linky... No me dejes esperando... Te pregunté: ¿Sigues usando el juguete?

—Sí.

—Más alto, que no te oigo. No es necesario que grites, Linky. Solo que no lo susurres.

—Sí, lo estoy usando.

—Eso es bueno escucharlo. Ven, vamos al baño. Quiero verlo.

Lola decidió que debía ver lo que Carol y Lincoln discutían. Cuando ellos entraron a los baños del parque, ella se dirigió al tragaluz, donde podía ver todas las casetas de retretes del baño de mujeres.

Allí, justo en la cabina que estaba bajo la ventana, la joven reina de belleza pudo ver el juguete en cuestión.

Lincoln se subió la falda, se bajó los calzones que llevaba puestos e, inclinándose bajo la atenta mirada de Carol y de Lola, abrió sus nalgas.

Una argolla plateada sobre una base negra asomaba del ano del travestido chico. Carol tiró de esta lentamente, para revelar un dildo anal cónico, del tamaño de un dedo índice de cualquier adulto normal. El grosor no superaba la pulgada en el punto más ancho.

—Dime, Linky... ¿cómo se siente estar con este juguete en la escuela?

—Carol...

—¡Ah, ah, ah! Linky, recuerda el trato que tenemos... De hecho, creo que te mereces un pequeño castigo. Arrodíllate ante mí.

Lincoln obedeció inmediatamente.

—Pásame tus calzones.

En su puño derecho, como si sosteniese en este su corazón, lo agarró. Ella lo tomó y lo guardó en su cartera.

—Linky, dado que me llamaste por mi nombre y no por el título que acordamos... Irás a flirtear con alguien... sin tu ropa interior. Y con tu tapón. Si consigues que te de un beso, sin que descubra que eres un chico... Te recompensaré de una forma que no podrás imaginarte ni en diez años, Linky... ¿Te parece bien?

—Sí...

—¿«Sí» qué, Linky?

—Sí, Señorita Rosa.

—Perfecto. Ya estoy ansiosa de ver cómo lo haces.

Ninguno de los dos jóvenes se dio cuenta que alguien corría desde el tragaluz hacia el sendero que llevaba a la entrada principal del parque.

Lola solo pensó en un lugar y en un adulto a quién contarle.

Leni.

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Miércoles, ocho de la mañana.

Leni miraba fijamente el espejo que estaba sobre el lavabo del baño, ignorando los reclamos de sus hermanos menores. Quienes, por más de media hora, estaban amontonados sobre la puerta, intentando escuchar lo que sucedía adentro.

Ella escrutinaba cada centímetro de su rostro con su vista, mientras complementaba aquello con el pasar de sus dedos sobre sus facciones. Algo le preocupaba enormemente.

«Nop. Nada distinto. ¿Qué habré visto en esta mañana?»

Empero, cuando se aprestaba a salir del baño para dejar pasar a sus hermanos, nuevamente miró el espejo de reojo.

En la comisura de sus labios, una malévola sonrisa se formó en el reflejo del espejo. Empero, cuando volvió a mirar con más atención, solo veía su misma inocente y aterrada expresión.

Al final, decidió que solo era su imaginación que le estaba pasando una jugarreta. Y salió del baño...

—¡Esperen! ¡Tengo un barro horrible!

El gruñido generalizado de sus hermanos no tardó en escucharse desde el pasillo.

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Miércoles, tres y media de la tarde.

Leni y Lisa revisaban distintos cuadernillos, intentando pasar la tediosa media tarde, vacía de clientes para la Loud mayor. La primera revisaba diseños y la segunda, la contabilidad de la semana.

Lucy aún estaba en la escuela, esperando la hora de irse a la oficina para empezar su trabajo del día -y así, tener una excusa perfecta frente a las insistentes peticiones de Luna para acompañarla al parque-.

Empero, Leni solo hojeaba su cuadernillo de diseños, lo cual para Lisa era inusual; siempre que su hermana mayor abría aquel block, comentaba con asombro y satisfacción sus últimas confecciones.

Ahora, ella solo miraba distraída las hojas con bocetos. Lisa entabló una conversación con ella; ¿qué era lo que le estaba preocupando? Leni, de alguna forma, logró convencerla que pensaba cómo Lucy había tomado su propuesta de hacerle un vestido. Luego, le hizo el mismo ofrecimiento a su otra hermana menor.

Lisa intentó explicarle que ese tipo de trajes solo debieran ser para gente mayor de dieciocho años. Y ella estaba lejos de esa meta. Leni le preguntó cuánto tiempo le tomaría a su hermana menor lograr esa edad. Empezaron una sesión de sumas y restas simples que, finalmente, derivó en que Leni multiplicase correctamente la cantidad de días en aquellos doce años.

La conclusión a la que llegaron fue que sería un largo tiempo. Apenas terminaron de charlar, Lincoln llegó a la oficina, donde recogió un encargo que le había pedido a Leni unos días antes. Ella intentó molestarlo con Ronnie Ann, pero Lincoln se fue rápidamente. Claramente estaba ansioso. Aunque Lisa lo notó, no hizo comentarios al respecto.

A eso de las cuatro con veinte minutos, un cliente llega. Mira con preocupación a la niña de seis años, pero Leni le dice que la acción es solo entre ella misma y él. Rápidamente pasaron al calabozo, donde el cliente le dijo que adoraba ser nalgueado por mujeres rubias, pero tenía un problema de eyaculación prematura. Le prometió a Leni una propina de veinticinco dólares si él conseguía durar más allá de cinco minutos.

Leni se procuró de una argolla de castidad, unas bolas uretrales y guantes de látex. Le puso los dos primeros objetos, el hombre estando sobre el potro de tortura. Acostó al cliente boca abajo en su regazo, se puso los guantes, le bajó los pantalones y los calzoncillos, tanteó un poco sus nalgas y comenzó la sesión.

Realmente necesitaba esos veinticinco dólares y no era la primera vez que trataba con eyaculadores precoces, así que dosificó las nalgadas a un ritmo, donde la erección amenazaba cada momento en disparar sobre sus muslos, pero solo podía ondear inocentemente.

Al final, el cliente duró siete minutos con el régimen impuesto. Apenas Leni y él salieron del calabozo, con ella aún con semen en su muslo derecho, Lisa la miraba inquieta.

Lola estaba sentada en una de las sillas de la oficina, visiblemente shockeada. Aunque, volviendo su mirada hacia Leni, solo pudo abrir sus ojos y boca como platos.

Leni comprendió que eso no significaba nada bueno.

Fin del Capítulo Cinco.

Señorita BougainvilleaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora