Capítulo 4: Empieza lo bueno (Jon)

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No tengo ni idea de lo que hablan los científicos mientras espero junto a Andy a que los demás se despidan, tal vez para siempre, de sus seres queridos. Yo no tengo nadie a quien querer ni que me quiera, así que no tengo que aguantar esas insoportables lágrimas de despedida.

He tomado la costumbre de apoyar siempre todo el peso en la pierna ortopédica (que, para tu información, es la izquierda). No sé si debería hacerlo o no, pero desde que me la reforzaron no puedo evitar simplemente dejar que ella cargue con mi pesada carga.

El mudo, Brian, se acerca a nosotros, mirando tristemente hacia el suelo. No sabría decir si ese chico me da más pena o asco.

Cuando pasa a nuestro lado, Andy le da la mano. Otra despedida más y juro por Dios que vomito.

Te preguntarás si me arrepiento de lo que le hice a Andy; y la respuesta es no, en absoluto. Por su culpa yo estoy cojo, y por mi culpa él está tullido. Es un buen ejemplo del dicho de: «Ojo por ojo, diente por diente». Eso sí, con intereses.

Por fin parece que las despedidas se terminan, menos mal. Rob se acerca al avión con McBride a su lado, dejando atrás a la loba. Mejor, lo último que quiero es tener a una bestia salvaje a menos de dos metros de distancia.

Luke y Helena también vienen, y se acercan a hablar con Andy. Yo sólo le doy una palmada en el hombro y me adentro en el avión que nos llevará al límite de la Llama.

Todo está preparado: el coche está dentro del avión, tres motos en caso de que haya que separarnos, las lonas térmicas, herramientas por si algo falla en el viaje... no falta nada salvo los viajantes.

En este avión, en vez de camas, hay asientos pegados a la pared mirando hacia el centro de la estancia. La única luz presente procede de dos barras lumínicas clavadas al techo. Un pequeño pasillo conduce a la cabina del piloto. El lugar es un poco lóbrego, pero da igual. En menos de doce horas ya estaremos todos fuera, en un espacio más pequeño pero un poco menos lóbrego.

Por fin, Luke se termina de despedir de Andy, y no puedo evitar pensar en que ésta puede la última vez que les vea a ellos dos juntos.

Según Luke y Helena se adentran en la sala, la puerta trasera del avión comienza a cerrarse, y unos aullidos lastimeros invaden el lugar, haciéndolo aún más deprimente todavía.

Pensaba que, cuando llegara este momento, mi cuerpo despediría adrenalina, ansioso por ver lo que había más allá de la Capa. Pero, ahora que esto está pasando, el sentimiento es otro; ése que se siente cuando sabes que ya no puedes echarte atrás, y sabes que puedes haberte equivocado; ése que sentí cuando me dijeron que me tendrían que amputar la pierna: miedo.

Me siento de manera que el monovolumen interrumpe todo contacto visual con cualquier otra persona, siendo éste el único modo en el que me siento a gusto.

*     *     *

No me doy cuenta de que me he dormido, hasta que Luke me sacude el hombro para sacarme del peor de los sueños que he tenido.

Abro los ojos despacio, fingiendo molestia para ocultar el miedo.

— ¿Qué demonios quieres?

Él no dice nada, sino que me alarga un recipiente de metal con líquido dentro. Miro hacia la cantimplora y luego a Luke, desconfiado. Luke suspira

— ¿En serio crees que te querríamos envenenar—dice Luke, mirando hacia el suelo—, teniendo en cuenta que eres el único conductor en este avión?

Sigo quieto, reticente a confiar. Él toma la cantimplora y da un largo trago para mostrarme que no está envenenada. Me la ofrece de nuevo y esta vez la acepto.

La Edad de Arena 2.- El Viaje.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora